Con amor, de un Anónimo
Por Rubén Rey
Ah, la otredad: esa hermosa sensación de ser en otro ser; y de estar sin estar donde siempre se está (frases domingueras, ¡nunca se acaben!) Para algunos afortunados esto es un placer más allá de las palabras, mismo que hemos podido ver manifestado en obras como El ladrón de cuerpos, de nuestra queridísima Anne Rice; así como ‒de cierta manera‒ en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Hay otras veces, sin embargo, en las que esta condición metafísica no es precisamente una experiencia grata. Si ya lo vimos en La metamorfosis, ¿por qué no repetirlo en Anónimo, de Ignacio Solares?
La obra del juarense comienza con un conmocionado Raúl Estrada, el cual de pronto despierta en el cuerpo de otra persona: Rubén Rentería (¡échele, tocayo!). Rentería no ha tenido una vida exenta de drama, empezando por problemas en la cama que lo llevaron a solicitar los finos servicios de una dama de la noche (muy honrado él, confesándole todo después a Lucía, su esposa). Además, resulta y resalta que Mr. Rentería recibió el más raro de los comunicados hace no mucho tiempo en su trabajo. “Cuidado”, rezaba la breve nota que encontró una mañana en su escritorio.
Así pues, seguimos de forma simultánea las andanzas de Raúl Estrada/Rubén Rentería (¡tan bonita la letra erre!), alternando sus historias, capítulo tras capítulo. Contrario a la creencia popular, una lectura así no se siente desordenada o caótica. La existencia de Raúl y de Rubén se intercalan perfectamente, como las cobijas que conforman una cama alzada con armonía (o para los “gourmands” del grupito, como las capas con las que se va armando la lasaña de sus sueños).
Luego de una completamente fútil confesión a su “esposa” (¿quién chingados va a creer que un fulano amaneció en el cuerpo de tu esposo y ahora es una persona diferente?), el protagonista tiene la genial idea de dar un paseo y, en cuanto encuentra el primer teléfono público, llamarse a sí mismo. ¡Brillante! Ni cómo encontrar una mejor manera de desengañarse… Nomás que hay un detalle: al comunicarse al periódico donde trabajaba, una de las asistentes tuvo que cargar con la pena de darle la mala noticia: él, Raúl Estrada, había muerto la noche anterior al tan súbito cambio de cuerpo.
[INSERT: tonadita dramática].
Ya empezamos bien, ¿verdad? ¡Ah, pero pérense! Porque lejos de caer en shock, al protagonista se le ocurre otra brillante idea: asistir a su propio funeral. Respecto al “otro”, pasa que sucede que acontece que no nomás mi tocayo recibía tan perversos comunicados, sino todos sus compañeros de trabajo. ¿Por qué? ¿De qué va la vaina, chico? Yo sí hice mi tarea, así que mejor los dejo zambullirse de lleno en Anónimo. ¿De dónde proviene esta transmigración de almas? ¿Qué macabra voluntad lo ordena? ¡Suerte y hasta con alguna buena recomendación musical salen mientras solucionan el misterio!
Y sin tanto misterio, ¿entonces qué brilla y qué opaca Anónimo?
LO BUENO:
- No tengo memoria de haber leído alguna novela mediocre cuya trama gire a través de la otredad. El enigma y la metafísica llevados a un nivel mundano, ¡es oro puro, viejo!
- Perdón, ¿acaso estás utilizando acotaciones en tu redacción, Ignacio? ¡Basta! A título personal, siempre quedaré encantado de aquellos que, como el que esto escribe, siempre tienen algo más qué decir y lo hacen (¡porque es bonito, y está bien!).
LO MALO:
- Pues sí: muy intercambio de cuerpos, mi espírita el show; pero la historia sigue siendo los andares de dos señores… con problemas de señor: que la ‘ñora insatisfecha, que las intrigas de oficina, etc.
- Créanme: van a quedarse con ganas de más.
Solares, Ignacio: Anónimo. Compañía General de Ediciones, S. A., México, 1979.
Rubén Rey es licenciado en ciencias de la comunicación, egresado de la Universidad Regional del Norte y tiene una maestría en comercio por el Tecnológico de Chihuahua. Es doctor en humanidades por la UACH. Escritor comercial y científico.