Entre el café y otras cosas. Jaime Chavira Ornelas

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Entre el café y otras cosas

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Le doy el sorbo a la taza de café, mis dedos sienten el calor agradable, los labios responden al sabor y a la temperatura, la lengua y el paladar también; siento cómo baja el delicioso líquido negro por la garganta y el calor invade mi estómago, sigo dando sorbos y más sorbos hasta que la taza queda vacía y aun caliente. Me froto la cara con las manos tibias, mis dedos recorren mi rostro desde las cejas, ojos, nariz y boca junto con las mejillas, suspiro y bostezo sintiéndome vivo y más viejo.

Veo por la añeja ventana verde unas hormigas rojas trabajando, cargan algo que parecen pedazos de hojas; una de ellas se detiene y las demás la empujan para que siga trabajando, pero desaparece por la orilla. Más allá, en el sicomoro cantan pájaros grises que también se pelean con picos y arañazos, ha de ser algo serio. En el cielo gris se traslucen los millones de años transcurridos.

Camino con rumbo del oeste y noto que mi zapato derecho está más gastado, pero no me importa; muevo los dedos de los pies para descansar del dolor por pisar el cemento duro y vivo. Sigo caminado con la mente libre de pecado y observo unos niños que juegan a golpes mientras sus madres platican en voz baja. Paso desapercibido junto a ellas, que huelen a jazmines y a rosas. En el camino al oeste la sombra es más delicada y fría, trato de no sentirla pues es como tristeza.

La calle recibe al día, sigo mi marcha al oeste y muevo de nuevo los dedos de los pies junto con los de mis manos. Llego a casa de los Reséndiz, toco el viejo portón, espero, no hay respuesta, toco de nuevo pero más fuerte, abre doña Lolita con sus cien años cargando. Entro y me dice:

―Casimiro está en la sala, pásale.

Se queda viendo al cielo en el amplio jardín y dice algo que no entiendo y se va rumbo a la cocina. En la sala, Casimiro está sentado en un sillón muy pensativo, con su cara larga y su nariz inmensa. El cuarto huele a que algo está moribundo y añejado, mi nariz siente picazón y dejo salir un estornudo bastante sonoro. Casimiro se estira cual felino viejo y habla:

―Todo está listo, espera un momento.

Me siento en una silla de mimbre de donde se puede ver la calle, afuera pasa la gente, unos de prisa y otros con la mirada perdida, entre ellos va una mujer de vestido gris y blusa blanca, su cabello castaño brilloso y largo hasta la cintura, no puedo evitar levantarme para verla mejor. Escucho entrar a Casimiro y con voz grave me dice que aún no podía darme ninguna información. Salgo de la sala bastante molesto, como gato sin bola de estambre o algo parecido.

Me detengo en el jardín, que huele a helecho húmedo y tierra fértil, veo el cielo y esta extrañamente azulado grisáceo. Salgo del caserón y el aire es diferente, la calle traga sombras para alimentarse, me espera, camino tímidamente hacia el este, atento a lo que no pasa pero lo siento; la poca gente que deambula tiene rostros mansos e inocentes, trago saliva para hidratar mi garganta seca, suspiro y trago de nuevo.

Mis pensamientos solo son círculos y caras de Casimiro diciendo “no tengo información” ¿Por qué no tiene la información? ¿Por qué? He trabajado tanto (sigo caminando hacia el este) tal vez es un engaño y Casimiro quiere robar todo mi trabajo, quiere todo el crédito por tanto que he trabajado, pero no pude ser ¿Qué no sabe que todo está registrado?

De pronto veo a la mujer de pelo castaño detrás de mí, me detengo y dejo que pase, solo me ve de reojo misteriosa e intrigante, es realmente hermosa, pero no me importa, pues hay algo raro en ella que me intimida, no puedo borrar de mi mente la negación de Casimiro.

Llego al centro y parece que la Catedral absorbe mi energía; caigo sentado en una banca de la plaza principal, veo a mi alrededor y cruzando la plaza está la mujer castaña encendiendo un cigarro, viendo el sonrosado horizonte. Me levanto y cruzo la plaza, ella camina hacia el sur con pasos largos y firmes como si quisiera emprender el vuelo hacia el sonrosado atardecer. Camino más de prisa y quiero volar también para darle alcance solo veo rostros y escaparates pasar como espejismos de colores, ella dobla la esquina hacia el este y la pierdo de vista por un momento, mis ojos se convierten en detectores de hermosas mujeres castañas, ella sigue volando hacia el este y yo arrastrándome, siguiendo su vuelo con la mirada.

Le doy el sorbo a la taza de café. Un mesero sirve pan dulce en una canastita, tomo una empanada la muerdo, sabe a piña; doy otro sorbo de café y ansioso quiero que llegue la hora con sus minutos lentos y tediosos, esa hora irreal e impuesta que se mete por los poros y corre por mis fluidos, tic tac tic tac, el tiempo como un castigo inmerecido. Termino el café, la mesa está cubierta de migajas, ahora son basura. Pido la cuenta y el mesero bosteza, expulsa su aburrimiento que viaja y se me pega en la camisa, me lo sacudo y cae vencido al suelo y veo como se arrastra y desaparece.

La mujer castaña se fusiono en el rosado atardecer y ahora la noche cubre los cuatro puntos cardinales, camino al oeste para obtener respuesta, pienso en quietarme los zapatos y caminar descalzo, o desnudarme y sentir la libertad de mis extremidades, mas sé que un esclavo de mis prejuicios y vergüenzas mentales. Sigo caminando y la calle duerme plácidamente bajo mis pies, piso la banqueta y las casas, todo parece de cartón. Llego de nuevo a la casona de los Reséndiz, toco fuerte, espero, nada, solo el silencio; toco de nuevo más fuerte, espero, nada, tic tac tic tac, silencio, un enorme reloj cubre mi mente, tic tac tic tac, un ladrido aullido de un perro viejo, silencio, solo me queda ver ese enorme portón riéndose y la risa contagiosa hace que me ría. Me voy por la calle sin saber cuál es el chiste exactamente.

Llego a mi casa y mi abuela (tiene más de cien años) me sirve en la cena, papas con queso en chile colorado, pan blanco y té de hierbabuena. Como lentamente para saborear el sansón casero, ella me mira fijamente y sale de la cocina como flotando lenta y plácidamente. Oigo los crujidos de las vigas en el techo, veo pasar los fantasmas de mi madre y de mi padre abrazados como jugando a las escondidas, termino, lavo el plato y la taza, atravieso el jardín y el anciano durazno me sonríe como siempre, toco su tronco y siento sus latidos.

Llego a mi cuarto directamente al escritorio donde tengo archivado lo de mi último trabajo de investigación, saco los folders y selecciono lo más importante, de pronto tocan a la puerta. Mi abuela me entrega un sobre que me dejó Casimiro y se retira flotando, siento mariposas en el estómago, el sobre representa el misterio de la espera que tengo guardada en la bolsa derecha.

Abro el sobre y leo despacio las letras que bailan en circulo como en boda de rancho “hagan una rueda”, saltan de la hoja y siguen bailando frenéticas, odio su locura y su soltura formando palabras y oraciones, de nuevo pasan los fantasmas de mis progenitores con su amor empalagoso y libre, son descarados y hasta presumidos, luego desaparecen en el techo. No puedo evitar las lágrimas que salen poco a poco y las saboreo cuando rosan mis labios, no sé si lloro por mis padres o por el resultado impreso en letras negras y cursivas en el estúpido sobre viejo y arrugado de Casimiro.

Sueño hilos de colores que caen sobre las ramas de los ahuehuetes, camino por el sendero empedrado que llega a la capilla blanca, mis pies descalzos descansan por dejar los zapatos desgastados, estoy desnudo y siento la brisa que me limpia, entro a la capilla y me sumerjo en la pila de agua bendita, el agua esta tibia y es como un espejo, ya no importa nada, todo este hecho, no falta nada.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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