Nunca el azul de hace unos años contigo ha vuelto a ser el mismo azul. Ernesto Medina Domínguez

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Nunca el azul de hace unos años contigo ha vuelto a ser el mismo azul

 

 

Por Ernesto Medina Domínguez

 

 

Javier:

 

Aprendí en una clase de filosofía que uno no se baña dos veces en el mismo río, cada espacio tiene su momento, no es nunca igual, nunca sucede de la misma forma, aún cuando las personas, los hechos y las circunstancias sean idénticos.

Por eso nunca el azul de hace unos años contigo ha vuelto a ser el mismo azul, nunca la sensación de tenerte debajo de mi pecho se ha repetido a pesar del contacto físico, nunca el suave viento de Benedetti, Sabines o la voz de Aute han vuelto a sonar igual, nunca estar despierto ha sido igual ‒a pesar de largas noches de insomnio‒. Desde luego, los otros momentos que juntos hemos vivido, tampoco son ni serán iguales a los que probablemente juntos viviremos.

 

Hace ya algunos años que estuve muy cerca de ti, compartiendo tu barrio, tu calle, tu calzada, tu río, tu alcoba, tus sabanas, en fin, tu mundo. No es que sea un aferrado al pasado, en lo más íntimo siempre he huido de él. Es una nebulosa en la que se confunde lo que fue con lo que uno quisiera que realmente fuera, o peor, es lo que a pesar de las ganas de uno de que no fuera, fue.

El pasado es un umbral que no me gusta cruzar, guardo los recuerdos en cajas y los echo en los entretelones del alma con la intención de no volverlos a tocar, de no encontrarlos. No obstante, tu caso ha sido la excepción, hay cierta rabia de que en el fondo seas más recuerdo que realidad, eres la imagen, el momento, el olor, el sabor, el tacto, que grabados en mínimos detalles vuelvo a recrear ‒todo ello en conjunto es mío y ni siquiera a ti que los generas pertenecen‒, estás en el pensamiento y te siento, entendiendo por sentir la plenitud de una idea, de la luz de una vela, el sabor del café, lo fuerte del viento, el color intenso o suave, la calle solitaria o congestionada, lo maravilloso de un día o de una noche con luna llena.

Andando sobre tus huellas, completando tu sombra, sintiendo tu calor, sintiendo vidrios rotos en el estómago, oliendo el chocolate amargo de tu piel, viendo la perversidad de tu mirada ‒ángel de lumbre‒ y cuanto más, la fresa salvaje de tu culo rodeada de campos fríos de hielo, todo eso es lo que eres para mí… en la realidad y en lo imaginario.

Y desde luego está el asunto de lo invisible, el recuerdo de aquello que no existe, que no tiene sentido ni forma ni color ni olor ni sensación, esas cosas que están en tu alma y que yo extraigo con el placer de encontrar tesoros, de llevarlos siempre impregnados, mantenerlos vivos, darles forma, olor y sensación, inclusive un espacio que es el universo tuyo y mío donde lo que somos el uno al otro es igual a lo que este mundo es Dios y la fe. En nuestro universo y aun cuando sea blasfemia, somos mucho más que eso.

En estos últimos años hemos hablado, chateado algunos días seguidos. En esas intermitencias no te he comentado de mi reencuentro con Pessoa y de él, para ti y para mí, tomo lo siguiente:

 

Vivir es ser otro.

Ni sentir es posible

si hoy se siente como ayer se sintió.

Sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir:

es recordar lo que se sintió ayer,

ser hoy el cadáver vivo

de lo que ayer fue la vida perdida.

 

Además, parte de esta otra oda:

 

Nadie a otro ama, sino que ama

lo que de sí hay en él, o es supuesto.

 

No sé cómo terminar esta carta. He estado varios minutos tecleando y tecleando y borrando, no hallo la forma de decirte más, tal vez porque el silencio es también parte de esta nuestra relación, y porque con el silencio también ‒y tú eres un claro ejemplo‒ se dicen muchas cosas. Y finalmente la vida y su algarabía no son más que el camino para el silencio, que eterno nos espera.

No es que no tenga más que decir, es que la palabra me la han arrebatado los demonios del pasado, de la mano me han llevado a las ruinas y esplendores que juntos hemos construido.

Te amo, te voy a amar toda mi vida.

Ernesto.

 

 

 

 

Ernesto Medina Domínguez es técnico administración de empresas turísticas. Se inició como actor mientras estudiaba turismo; en 1988 fue invitado por Fernando Saavedra a integrar a un montaje que finalmente no se llevó a escena pero sirvió para que a raíz de esos ensayos tuviera el protagónico de una pastorela. De ahí entró al taller de teatro de Bellas artes y Mario Humberto Chávez lo llamó para integrarse a la obra Un tranvía llamado deseo. Ha participado en más de 40 obras de teatro. En 1999 se inició como director con la obra La boda de la mujer maravilla, de Edna Ochoa. En 2009 ganó la muestra municipal y estatal de teatro infantil y representó a Chihuahua en Cuarta Muestra Nacional de Teatro Infantil realizada en Campeche. A la fecha ha dirigido una docena de obras de teatro y con varios compañeros inició el proyecto Teatro Breve en Chihuahua, un foro importante para los teatristas dentro y fuera del estado. También escribe cuentos.

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