Una tarde, caminaba por las calles del centro. Adriana Quiñónez Carlos

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Una tarde, caminaba por las calles del centro

 

 

Por Adriana Quiñónez Carlos

 

 

Adriana intentaba reencontrarse con ella misma, aquella joven mujer que qué algún día fue; cuando soñaba con ser feliz, tener una familia, una casa, un perro.

Una tarde, caminaba por las calles del centro, un poco insegura; sentía que todo el mundo la observaba, cuando en realidad nadie prestaba atención.

Ella quería descubrir que le gustaba; qué sabores, olores y sensaciones la devolvían al pasado, cuando era feliz. Eso no sucedió, la Adriana del pasado jamás se hubiera permitido comprar un gran cono de nieve de chorro, y menos sentarse en los escalones del kiosco de la Catedral para disfrutarlo. Sin embargo, se dio cuenta de que eso le daba destellos de felicidad, el disfrutar la nieve mientras veía caminar a la personas frente a ella.

Terminó su cono y decidió seguir caminando, buscaba algo nuevo, algo que jamás se hubiera imaginado hacer, y menos sola. Al recorrer unas cuantas calles encuentró un pequeño bar en donde anunciaban cerveza y tacos, todo por veinte pesos. El lugar era bastante atractivo para su bolsillo. Aunque el bar no tenía buena pinta y la calle donde estaba ubicado estaba algo sucia, decidió entrar y sentarse en una de las mesas, colocadas a mitad de la calle.

―Qué genial. Quien me viera aquí, yo sola, tomando cerveza y comiendo unos taquitos al pastor después del postre ―se dijo. Y sonrió.

Mientras disfrutaba de la resolana, la gente seguía pasando a su alrededor como si ella no existiera. Eso le daba tranquilidad y se sentía en una ciudad lejana, donde nadie la conocía, en donde ella era una persona totalmente distinta. De pronto escucho:

―Adriana, ¿Qué haces aquí? ¡Qué milagro!

Adriana en ese momento estaba distraída en su celular y no lo vio venir. Cuando escuchó la voz de Gabriel, sintió que su corazón se aceleraba, ni siquiera había volteado a verlo e inmediatamente lo reconoció.

―Gabriel…

En eso se acerca Gabriel y, sin darle oportunidad de que se levantara para saludarlo, él le da un gran abrazo. Sin ser invitado, se sentó a la mesa con toda naturalidad.

―¿Pues donde te has metido, mujer? Jamás volví a saber de ti. 

Adriana, todavía sin poder creer que tenía frente a ella al gran amor de su juventud, se puso a responder todas las preguntas que él le hace. Platicaron de cómo algunos sueños de su vida se lograron y cómo otros se derrumbaron.

Se contaron las vidas. Gabriel había formado una familia y Adriana había perdido la suya. Recordaron con alegría los recuerdos tan maravillosos que habían vivido juntos.

―Si te hubieras quedado conmigo, tal vez todo sería diferente ―dijo Gabriel.

―El hubiera no existe y tal vez hoy yo sería la mala del cuento, por algo pasan las cosas.

Sin darse cuenta, ya había oscurecido. Pasaron más de dos horas, esas horas increíbles platicando como si jamás se hubieran separado, como si el tiempo no pasara.

En eso suena el celular de Gabriel y se levantó para atender la llamada. Ella sabía quién llamaba y eso la hizo aterrizar de nuevo a la tierra, sabía que da ahí no pasaría, que todo había sido una casualidad que no volvería a ocurrir.

―Claro, yo paso por ella. En veinte minutos llego, no te preocupes ―dijo él al teléfono.

Gabriel tenía que ir por su hija a casa de una amiga donde se habían reunido para hacer una tarea.

―Me despido, Adriana. Debo ir por mi hija.

―Muy bien. Me dio mucho gusto verte.

―El placer fue mío, espero que se repita. Te dejo mi tarjeta, me mandas WhatsApp para guardar tu número.

―Okey.

De nuevo Gabriel le dio un gran abrazo, un beso en la mejilla, y se fue

Adriana regreso feliz a su casa. Se sentía viva, imaginando cosas, deseando retomar el camino de su vida para seguir con algunos de los sueños ya olvidados.

Ya en su recamara, se recostó en la cama y pensó en lo que había pasado ese día. Y aunque ella ya era muy diferente, el ver a Gabriel la hizo reencontrarse con la que era antes, con su esencia, lo que nunca dejó de ser. Se enderezó un poco para alcanzar su bolsa y empezó a buscar la tarjeta de Gabriel. La buscó en todas las bolsitas pequeñas, por dentro, por fuera, en su cartera y ya no la encontró.

Tal vez la olvido en el bar, pero no le importo. Suspiró y dijo:

―Fue una bonita casualidad.

 

 

 

 

Adriana Quiñónez Carlos. De 2005 a 2018 trabajó en la Secretaría de Hacienda del Gobierno del Estado de Chihuahua, en el área administrativa de la Dirección de Contabilidad. A la par con su labor pública, en 2008 fundó la empresa de pasteles y repostería Bake Me Happy, la cual sigue operando hasta la fecha. Adriana define el ser mamá de Ana Pau como el mayor y más importante de sus roles en la vida.

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