Un principio posible. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

  1. Un principio posible

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

La tarde comenzaba a caer. Paola tomo una revista y se estiro perezosamente, se sentó en el sillón de la sala, cuando de pronto la puerta se abrió y una silueta femenina paso por ella. Se trataba de Susana con varios paquetes envueltos. Paola se apresuró ayudarla.

—Gracias, Pao, pensé que se me caerían —dijo Susana con respiro—. La tarde esta fresca y pensé que no sería mala idea ir por un helado.

—¡Vamos! —contesto Paola.

El celular de Susana sonó y Paola adivinó lo que vendría a continuación.

—Lo lamento, mi niña, debo volver al hospital. Tal vez mañana podamos ir.

Susana amaba ser doctora y no dudaba en acudir cuando le llamaban de urgencia.

—Está bien —dijo Paola, sonriéndole.

El carro de su madrina se alejó y Paola fue a su habitación. Sabía que Susana la adoraba y que deseaba protegerla de toda calamidad, pero no podía evitar sentirse sola.  Se acostó sobre la cama mirando al techo y recordó a sus padres. Su madre y su padre se preocupaban en exceso por su bienestar, a un punto que la hacían sentirse abrumada, y sin embargo, ahora añoraba el sentimiento. La tierna atención que le prodigaban.

A la hora del crepúsculo, soplaba una brisa refrescante, los ojos de la joven se van cerrando, sumiéndose por completo en otro mundo.

 

*

 

Brilla una luz. Pasa. Me reclino en la silla del café.

Me pongo a dibujar, entonces me doy cuenta de que no tengo mi lápiz de número dos, me detengo y miro alrededor. Las siluetas pasan tan rápido que parecen sombras y entre ellas algunas muy definidas. Los oscuros las rodean, entonces recuerdo la sed y el hambre.

Se abre una puerta. Dos figuras conocidas le sonríen.

¿Cómo es posible que los orígenes se hayan desenterrado? ¿Acaso la capa entre dos mundos se revela?

Un joven se inclina frente a mí, sonriendo me devuelve el lápiz que había perdido. ¿Me ha reconocido en el limbo?

Erik

 

*

 

Un olor a cítricos hizo despertar a Paola, ese aroma le recordaba cómo su mamá la despertaba con un jugo de naranja. Una sonrisa se dibujó en sus labios y luego miró el reloj de la mesilla de noche. Eran las seis.

Así empieza la rutina, despertar mientras el cielo se aclara antes del amanecer. Y esa es la mejor parte del día, puedes visualizar lo que vas vivir, o eso siempre solía decir su mamá.

Los rayos del sol se van insinuando en las paredes de la habitación, haciéndola abrir los ojos. Es hora de levantarse.

Paola se pone de pie y se acerca a la ventana para abrir las cortinas. Y una sombra, como la de su sueño, se desvanece rápidamente. Su corazón se detuvo por un instante.

¿Había alguien cuidándola?

Un ruido la sobresalta.

—¿Estás nerviosa? Lo lamento, no era mi intensión asustarte.

Paola se da la vuelta. De pie en el umbral de la puerta está Marcela, la hija de su madrina.

—No —responde Paola, aunque es mentira.

Marcela sonríe de manera breve, pasajera.

—No te preocupes. Lo harás bien. Tu madre solía animarme cuando creía que el mundo estaba en mi contra.

—Pao, no deberías entretenerte mucho —escucho la voz de Susana—. Date una ducha y luego te ayudaré con el cabello.

—Gracias, madrina.

Paola toma sus cosas, pero Marcela sigue mirándola fijamente.

Siempre me ha molestado que mi miren así. Creo que nunca voy a acostumbrarme.

—Algunos de estos mortales tienen un aspecto siniestro, no te parece —dice Marcela viendo el poster del grupo de música favorito de Paola—. Vestidos con esas ropas oscuras, es como si quisieran ser como… será mejor que te des prisa.

—¿Disculpa? —Paola se sintió confundida con el comentario.

 

Continuará…

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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