Hermanos… Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

19.- Hermanos…

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Un recuerdo, una visión, un rostro y el silencio… el plasma fue tan poderoso como luz que alumbra el nuevo despertar.

 

*

 

Edmundo conducía por la carretera panamericana, de vuelta al hogar, Bachíniva era el lugar donde iniciaban sus sueños y proyectos. Caía la noche, una sonrisa se posó en su rostro al recordar la exquisita cena que le esperaba en casa y que su madre habría preparado. No tardó en llegar a su destino. Su hogar nunca le había parecido tan acogedor. Aparcó su auto en el terreno frente a la casa, noto que algo está fuera de lugar. La puerta estaba abierta. Cuando cruzó el umbral, el temor llego a su cuerpo, pues todo estaba en penumbra y no había seña de nadie. Salió nuevamente a la calle para descubrir que no había nada, ni el alumbrado público.

Repentinamente escucho la voz de una mujer que lo llamaba con un nombre muy familiar. Giro la cabeza de lado a lado.

—Mundo, ¿por qué tardaste tanto?

—¡Mamá!

—No temas, mamá está contigo.

La silueta de su madre era como un espejismo. El corazón se le oprimió.

—Ellos llegaron, y…

Edmundo no tardo en descubrir que Los Oscuros se habían adueñado del lugar junto con la vida de sus habitantes. Pronto descubrió cómo el pueblo se llenaba de ocasos espectrales. Instintivamente se inclinó sobre sus rodillas y tomo una piedra de buen tamaño; sin perder más tiempo la arrojo con fuerza contra los ambiguos.

Uno de ellos se giró hacia él, dejándolo paralizado. Era alto, no desmentía su apariencia a la que narraban cientos de historias, dando terror a la imagen de un habitante del lago de fuego. Su cabeza lampiña, de un color marrón, estaba surcada incisiones, varios clavos hundidos en su cráneo. En cuanto al resto de su apariencia, no difería mucho de las imágenes que el internet puede mostrar. Su tamaño era descomunal.

Aquel ser fijó su vista en Edmundo.

—Tu sufrimiento fue un elixir, pero moriste demasiado pronto… ¿Se siente bien morir por un amigo?

El cuerpo de Edmundo se tensó.

—No necesito hurgar en tu mente para recordar los terrores de nuestro último encuentro.

Edmundo, comenzó a hiperventilar ante aquellas palabras.

—Pronto, la tierra se sumergirá en oscuridad. Los humanos son tan ciegos, que creerán que el evento es obra de ellos. Y la guerra empezará. Digno sacrificio abrirá el umbral.

Edmundo no contestó. Tenía los músculos paralizados y el pulso acelerado al límite. Aquello era una atrocidad. Debía hacer algo, pero ¿qué?… una voz lo envolvió.

Toma mi espada una vez más y despierta. Trae contigo nuevamente la paz. Mi elegido…

Todo fue ligero entonces y gaseoso, como si hubiera sido transportado a un sueño. De pronto, el peso repentino en su mano derecha lo hizo mirarla. Un arma hermosa que abrió en su alma recuerdos olvidados. La niebla en su mente se dispersó. Había despertado de aquel sueño. Sus hermanos le sonrieron.

—Te esperábamos.

—¡Amelia! ¡Alexia!¡Malik! —dijo Edmundo finalmente sonriendo. —¿Qué ha sido todo eso?

—El paso por el Sirat —respondió Malik.

—Vamos, que tenemos una tarea que concluir. —dijo Amelia.

Y entonces… Pétalos cálidos y gélidos. Piel de luna y luz espectral. Simpleza espiritual, de la cual todos debemos despertar.

Los cuatro elegidos pasaron por el Sirat, ayudando almas a su paso para poder salvar la llave que trae de nuevo la luz.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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