El agua es sencilla. Iñaki Garrido

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El agua es sencilla

 

 

Por Iñaki Garrido

 

 

Una inundación es siempre un hecho natural, el agua tiene solo una forma de actuar: de acuerdo a su ser. Es sencilla, sincera y decidida, no se anda con rodeos ni cambia de opinión. Desde su nivel atómico, todas sus moléculas tienen un diseño que define la personalidad, actos y estética del compuesto. Quizá se podría decir que hay algo de inteligencia en el agua, ya que de un modo muy elemental puede resolver problemas y participar en reacciones químicas bastante elaboradas.

En la mayoría de las tradiciones culturales existe el mito de la destrucción del mundo por el agua, desde China hasta la sierra Tarahumara y de medio oriente al África ecuatorial. El tema de “jalarle a la cadena” y mandar a la humanidad por el caño, es homogéneo, raro es el rincón del mundo que no tiene su propia versión del diluvio. Una constante así entre pueblos y culturas sin importar si viven en el desierto, la selva o la tundra no puede ser mera coincidencia, algo nos dice de la similitud de los caminos que el ser humano ha recorrido, por diferentes que parezcan los terrenos por los que anduvo.

La versión más común del diluvio es que nosotros lo ganamos a pulso, pero ¿por qué? ¿Qué hicimos que fuera tan malo? Las versiones varían. En algunos casos nos sumimos en el pecado sin control, lo curioso es que el pecado parece sinónimo de muchas conductas que son, francamente, parte de la naturaleza humana, la de cualquier homínido más o menos inteligente cuya supervivencia depende de ser gregario, ingenioso, curioso, y, si fuera necesario, cruel, territorial y violento; no somos una especie tan especial en realidad. Quizá sea mucha vanidad hablar del diluvio como castigo; cuando uno esparce insecticida para acabar con las hormigas no lo hace pensando en castigarlas, simplemente es porque ya estorban.

¿Por qué es tan común la idea de que la humanidad (la creación, de paso) viene con algún defecto original y tarde o temprano los dioses buscarán su destrucción? Para colmo, generalmente no morimos solos, la creación es arrasada junto con nuestra especie. El primate favorito de Dios es generalmente el detonante, pero casi siempre termina pagando el mundo entero. En algunos mitos esto se explica por qué las personas no somos solo los homo sapiens, muchos animales son antropomorfizados y actúan de un modo humano, pecan, hablan, hacen la guerra, al final no son tan inocentes.

Pero ¿no es una contradicción que la creación venga con vicios y defectos? Sea que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, cómo en la tradición Abrahámica, o para que realizáramos los ritos que agradan a las deidades, finalmente fallamos y estamos por debajo de las expectativas de quienes nos crearon, luego llega el momento de hacer otro intento. Parece que intuimos que el universo no tiene por qué ser un lugar perfecto, pero aún así quisiéramos que por lo menos, por lo menos, tenga un poco de sentido. Así que si algo malo de proporciones cósmicas sucede, alguien debe haber metido la pata. Alguien que no se lavó los dientes después de comer, o se le olvidó sacrificar una cabra en la fecha apropiada, o fornicó donde, cuando o quien no debía. Estamos muy acostumbrados a los mandamientos y a la lista de tabúes de la cultura judeo cristiana, pero no es la única, ni siquiera la más estricta.

Mas allá de innumerables explicaciones teológicas y mitológicas de cómo es que los seres más poderosos del universo, creadores de soles, planetas, ondas de radio, moléculas orgánicas y metales pesados fueron tan malos para hacer su obra maestra, la conclusión más sencilla es que somos demasiado complicados, incluso para los dioses.

En pleno siglo XXI, y con el avance de las sociedades laicas, las inundaciones van dejando de ser castigos sobrenaturales y vemos a través del mito nuestro propio rostro cómo emisarios de nuestra desventura. Hoy en día los huracanes, los tsunamis, las crecidas de los ríos o las trombas, bien sabemos que tienen un origen natural, suceden por una combinación de factores que obedecen a las leyes de la naturaleza directamente. Sin embargo, también avanza la preocupación sobre el poder con el que contamos como primates industrializados para cambiar el comportamiento de la naturaleza. ¿Se diría entonces que estos desastres naturales son cada vez más artificiales? Antaño creíamos ofender a los dioses, hoy en día parece que los sustituimos.

En esta versión del diluvio sacada del folclore rarámuri, por ejemplo, los hombres y los animales comienzan viviendo en paz, cuando la tierra, el agua, el alimento, alcanza para todos, pero llegado cierto punto comienzan a ser insuficientes y comienzan los problemas. Hay un guiño directo al problema de la sobrepoblación y la competencia por los recursos.

 

Al principio la gente andaba muy tranquila, no había discusiones ni pleitos. Los vecinos se ayudaban, se prestaban las cosas, se saludaban muy tranquilos. Compartían…

…Pero cuando comenzó a haber mucha gente y los tarahumaras comenzaron a pelear entre sí, discutían, se disputaban los animales, se disputaban las tierras, comenzaron a pelear por cualquier cosa…

Y la Tierra dejó de estar tranquila.

(Servín, 2020)

 

Hoy en día hay un consenso bastante general de que somos un elemento fundamental en el cambio climático, y a pesar de toda la evidencia hay quién lo quiere dudar. Somos el único animal con la capacidad de no hacer la voluntad de los dioses, de atrevernos a negociar con ellos y por ende de ofenderlos. Desarrollemos esta idea en el entorno de nuestra cultura moderna de ciencias y tecnología, ¿que resulta? Que somos capaces de entender lo que sucede en la naturaleza más allá del nivel cotidiano operativo de las demás bestias, por tanto, solo nosotros podemos transformarla en sus componentes e interpretar sus leyes.

Veamos nuestra ciudad de Chihuahua, con miles de hectáreas cubiertas de asfalto o concreto (incluida buena parte del Río Chuvíscar) que no permiten que la lluvia y el rocío sean recuperados por el suelo. Los cauces de los riachuelos se tapan o desvían, cada vez hay menos árboles que beban el agua que se condensa en la madrugada para luego repartirla en el viento. La sequía y la inundación son hermanas; como muchos otros eventos naturales, se complementan. Allí donde no se saben cuidar los caminos por los que el agua viene a nosotros, llena los mantos, crece los ríos y engorda las nubes, se vive la escasez, pero, el agua está allí, en el pasado este valle fue más verde, y también más seguro y dócil.

Chihuahua no debería tener diluvios, de hecho, a diferencia de otras metrópolis del país, en esta ciudad no se encuentran documentos que mencionen inundaciones de importancia sino hasta el siglo XX. Mientras las casas eran de adobe y los caminos de empedrado o terracería, el agua nos respetaba. Aquella ciudad de barro seco y piedras sería la envidia de cualquier proyecto ecológico propuesto por los pobladores del siglo XXI. Ahora esperamos la llegada de las lluvias con ansia, pero también con nerviosismo. Año tras año, colonias enteras tienen a sus pobladores caminando con el agua hasta la cintura, camionetas y carros son arrastrados por la corriente como lanchas inservibles y normalmente se pierden algunas vidas.

Aunque no hace falta ponerse dramáticos, aún dónde no suceden grandes destrozos ni desaparecen patrimonios, en cuestión de minutos se viven todo tipo de incomodidades, pero, además, ¿qué queda de esa agua después? ¿cómo es posible que llueva sobre la ciudad agua suficiente para vivir durante meses, y nada se quede en nuestra tierra. El arjé de Tales de Mileto nos castiga por partida doble, primero es escasa y perdediza, luego nos hunde en su furia y se lleva a quién sabe dónde patrimonios, animales, incluso personas.

Entre uno y otro riesgo, autoridades y pobladores hacen como que hacen, se consuelan expresando sus buenas intenciones los unos y sus quejas los otros en este nuevo recurso onanista mental que son las redes sociales, pero se hace es demasiado poco. Los involucrados avanzan envalentonados hasta la orilla de su zona de confort y allí bufan como ranas para dar media vuelta y regresar al centro de la comodidad que da el conformismo. Los desastres para unos pasan rápido y sin tocarlos siquiera, para otros ya son costumbre. El agua, finalmente, solo hace lo que le es natural y resuelve a su manera los problemas que el hombre pone en su camino, y al parecer el hombre también se limita a sobrevivir simplemente cómo otro animalito más, a pesar de todos los recursos tecnológicos, se dedica a llenar la panza, construir refugios, reproducirse plácidamente y esperar resignado a que los dioses se harten una vez más.

 

Texto citado: Servín, Enrique. Anirúame. Historias de los tarahumaras de tiempos antiguos 2020, Editorial Bárbaros ilustrados, Chihuahua, Chih. México.

 

 

 

 

Iñaki Garrido Frizzi es licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es profesor, fotógrafo y pintor.

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