Cueva del Tiempo. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

  1. Cueva del Tiempo

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Aquellos pasatiempos eran para nosotros una forma exquisita de expresión. Habíamos recorrido tiempo y espacio, las realidades del multiverso.

Una hora inadecuada, un breve corte de luz, o una torpe manipulación, podrían causar un efecto domino. Y sucedió en una cueva distante; fue para nosotros la sensación que acompaña a la exhumación de un ominoso secreto de la Tierra.

Edmundo

 

*

 

René se encontraba lejos y caminaba tranquilamente por un bosque. No tenía memoria de cómo había dado con ese lugar, pero no importaba, porque después de tanto dolor llegaba la paz.

Caía la tarde cuando escucho por primera vez el sonido de una fractura, como un lápiz partiéndose a la mitad. Pero era un árbol. Se percató de que estaba al otro lado del monte, donde los sauces retorcidos te enredan en pesadillas para purgar los pecados. Como lo hacen los demonios.

En consecuencia, René sintió hundirse en abismos de desesperación. Tembloroso entre los árboles, vio un lugar donde refugiarse, una cueva. Jamás había estado ahí, pero muchas veces en sueños.

Los aullidos del bosque no lo asustaron, ni la pálida luna que filtraba su luz proyectando sombras, ni los árboles sin hojas que danzaban sus ramas al compás del viento. Aquello no tuvo importancia, la paz que sentía lo reconfortaba.

Por la mañana fue otra la historia. Sin salir de su refugio, se percató de algo diferente: los árboles habían reverdecido. Un pequeño lobezno jugaba entre las raíces. Se preguntó qué lo había llevado a ese lugar, pero no consiguió recordarlo. Tal vez se había alejado para rezar. O meditar. Incluso podría ser algún tipo de retiro para sacudir el esqueleto que reposaba en su interior. Pero cualesquiera que fuera el motivo, lo hizo de pronto iniciar un ataque contra el suelo. La desesperación era parcialmente suya y parcialmente de un susurrante. Una voluntad dominante lo llevó a encontrar una extraña interrupción. Una caja más grande de lo habitual quedo al descubierto y en su enmohecida tapa rezaba una inscripción:

 

Las grises alas del tiempo.

 

En el interior encontró un viejo pergamino.

Dudando de si debía leerlo o no, dejó pasar el tiempo. En su interior se despertó el temor y fue tomando consistencia, debido a su naturaleza humana. Se sintió preso de una alarma repentina.

Se oyó cerca un disparo. El lobezno, ahora adulto, cayó muerto al pie de un sauce. Un joven apareció al poco tiempo, lucía feliz de haber cazado a su presa. En el frío de la noche o al silencio impresionante del bosque, René fue testigo de la muerte de los árboles y el envejecimiento de aquel joven que a la luz de la luna se volvió un viejo. Pero el miedo pasó enseguida y, recuperando la valentía, desenredó el pergamino. Afuera el sol volvía a bañar los árboles, y donde había estado el viejo ahora había una lápida.

 

La locura cabalga a lomos del viento, garras y colmillos afilados en siglos aquí son detenidos. La muerte no está invitada a esta morada. Pero los pecados deben purgarse, o Belial será convocado. De la rueca debes hilar, para que cruces el puente a la eternidad.

 

Lo único que turbo el silencio fueron los aullidos del aire en el exterior. El tiempo seguía pasando y René no sabía que debe hacer. Se volvió para mirar hacia el interior.

Un descanso que duró una eternidad.

Los nichos de tinieblas para no pensar ya no le brindaban tranquilidad.

Sabiendo que el tiempo se agotaba. A medida de que el aullido de una descarnada monstruosidad se hacía cercano, René tubo la valentía para salir de su único refugio contra lo desconocido.

Desfallecido, con la respiración agitada, contemplo lo profano del último resplandor y aceptó el destino. Una muchedumbre encapuchada formó un semicírculo a su alrededor. Dos bestias aparecieron y se dio cuenta de que su juicio había comenzado.

En el hospital le dijeron que lo habían encontrado a la orilla del río Amazonas.

Habían pasado varios días, pero estos se habían vuelto la eternidad. 

El tiempo ¿tiene principio y fin?

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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