Colosales y revolucionarias obras de teatro a la luz de lámparas de petróleo, en San Antonio de Arenales. Fernando Suárez Estrada

Spread the love

Colosales y revolucionarias obras de teatro a la luz de lámparas de petróleo, en San Antonio de Arenales

 

 

Por Fernando Suárez Estrada

 

 

A los señores Luisa Quezada Ramírez y Belisario Chávez Ochoa, In memoriam.

A las familias de ayer, hoy y siempre, almas sencillas y corazones gigantes, del Ejido Cuauhtémoc, antes Ejido San Antonio de Arenales.

A los cuauhtemenses de espíritu, aliento y viveza

                  

 

El martes 12 de julio de 1927, hace exactamente 95 años, coincidiendo que hoy también es martes, como en aquel entonces, el Congreso del Estado de Chihuahua acuerda la creación del Municipio de Cuauhtémoc, siendo gobernador del estado don Fernando Orozco Estrada.

Se segregó del municipio de Cusihuiriachi con todos los pueblos, haciendas, ranchos y colonias agrícolas correspondientes. San Antonio de Arenales dejó de llamarse así. Se adoptó para nuestro terruño el nombre de Cuauhtémoc, para lo sucesivo y hasta la fecha.

El referido decreto lo firmaron Fernando Orozco E., gobernador interino; José P. Tapia, diputado propietario, y los diputados suplentes G. Monge y Genaro Martínez. Entró en vigor el 16 de julio siguiente, es decir, cuatro días después, y es preciso reconocer que el líder agrarista Belisario Chávez Ochoa era, aparte de soñador, diputado local en esa fecha y fue impulsor definitivo para la creación de nuestro municipio.

Soñadores conoció muchos este rinconcito del planeta, como sabemos, antes de su establecimiento como municipio. Y aquí siempre se ha procurado tratar con respeto a todos los soñadores y a las creencias de cada uno, así vengan de pueblos cercanos o de los más alejados y fascinantes rincones del mundo.

Tal realidad de respeto se comprobó, por inicio, con la asistencia a la iglesia metodista local, por parte de Pascual Orozco Vázquez y su hijo, recordándose que el primero, en su momento, apoyó al líder antirreeleccionista don Francisco I. Madero cuando este se hizo presente en la Hacienda de Bustillos en el año de 1911.

La asistencia devota de los Orozco a su pequeño templo, sucedió  en forma regular hasta antes de agosto de 1915, año en que don Pascual Orozco padre fue asesinado en su destierro en comarcas de Van Horn, Texas, y desde tal época los sanantoñinos han sido atentos y considerados con creyentes y no creyentes, lo que atrajo a muchos migrantes de latitudes culturales muy diversas y cautivadoras de este mundo.

La fascinación comenzó, aquí, hace millones de años, cuando nuestras Lagunas de Bustillos y De los mexicanos formaban una sola.

El volcancillo El picacho, vigilante de estas aguas y llanuras, hoy petrificado, se encontraba en plena era de erupciones, lanzando a las estrellas, y a la  vegetación exótica de esos días, lava espumosa y conquistadora.  

También se conocieron en esta parte del hemisferio norte dinosaurios voladores conocidos y clasificados hoy con el nombre de quetzalcoatlus. Nuestra tierra era abrazada por tibias aguas laguneras, rocas coloradas e hirvientes y abanicada por alas dinosáuricas.

Así nacieron los primeros rastros de vida vegetal y animal en estas laderas en que crecimos y que hoy son cuna de convivencia para culturas con valores humanos armoniosos.

Esta pequeña historia legendaria que hoy les presento, es un homenaje a nuestros ancestros, interviniendo en ella, además, una pastorcita llamada Alma Rosa, que era amiga de la fraternidad plena entre los seres vivos de esta región cuauhtemeña, y que aseguraba que todos somos pedacitos de Dios, sin ningún distingo.

Nuestros entrañables héroes ancestrales tienen su historia, siempre cargada de mitos, leyendas y lecciones.

   

Lunes 23 de febrero de mil novecientos veinticinco. Día en que los sanantoñinos se reunieron para dialogar y definir el deslinde de su pueblo, dos años antes de la creación del municipio.

Hay leyenda para rato.  Por favor, tolérenme este cuento, respetuoso antes que todo.

 

La pequeña Arminda Chávez Quezada, con una canasta llena de estacas, ayudaba a su padre Belisario Chávez Ochoa a colocar aquellas en las justas medidas que un ingeniero de nombre Daniel Rico fijaba, en forma precisa, mediante mojoneras de piedras bañadas en cal, asignadas de acuerdo a dimensiones establecidas por una cinta métrica de tela, alrededor del recién aprobado Ejido San Antonio de Arenales, el primero en el estado de Chihuahua, cuya dotación presidencial, de más de cuatro mil seiscientas hectáreas, se ordenó seis meses antes, el 28 de agosto de 1924.

Todo se hacía en perfecto orden y al respecto vigilaba también los trabajos técnicos del líder agrarista y su hermosa hija Arminda, un supervisor de la Comisión Nacional Agraria, el ingeniero Enrique M. Soria, quien tenía el encargo del presidente Álvaro Obregón de mediar entre los intereses de la justicia, buscada por los lugareños, y las propuestas que ofrecían los hacendados en liquidación ‒Casa Zuloaga hermanos‒, por conducto de su abogado, Guillermo Porras Mendoza, concentrado este en las circunstancias de imperantes cambios nacionales, en las vanguardistas normas agrarias y en el razonamiento sensato con las familias campesinas.

―¡Arminda, mira quién apareció: Tu amiga la pastorcita, acompañada de sus dinosaurios voladores.

Los recién llegados fueron recibidos con abrazos y besos, y se ofrecieron inmediatamente a ayudar a Armindita y a su padre en la ubicación de estacas, estando conscientes de que era un trabajo que urgía y que se requerían manos y alas revoloteadoras extras para avanzar más rápido. 

Los ingenieros se atragantaron con la bebida de pinole que disfrutaban en ese momento, al ver y oír los aplausos de aquellos aletones fulgurantes, y en un gesto amistoso ofrecieron a los recién llegados sorbos de ese atole espumoso y dulce. 

Todo mundo paladeó lo servido en tarritos de barro con dibujos ¡de dinosaurio!

―Bueno, compadres, les encargo a mi niña ―dijo don Belisario a aquellos dinosaurios voladores, los famosos quetzalcoatlus, ahora recién caídos del cielo, y a los ingenieros despeñados, al parecer, desde las faldas de los volcanes del centro del país.

Agregó:

―Ahora debo ir con mi esposa Luisa Quezada para ayudarle a colocar lámparas de petróleo en nuestra bodega y montar escenarios para dos obras teatrales que prometió exhibir y dirigir en el rancho para sorprender a los ejidatarios con los pensamientos de progreso y justicia que escribió don Ricardo Flores Magón en 1916, y que se llaman Tierra y Libertad y Las Víboras. El 30 de diciembre de este año se estrenó la primera en Los Ángeles, California, donde estaba exiliado el artista revolucionario, y luego se dramatizaría en el puerto de Tampico, en septiembre de 1917, en nuestro país.

¡Ah! ―subrayó por último don Belisario―. Y al rato que empiece a pardear la tarde, allá los espero!  ¡A todos! ― indicó señalando en forma directa a los boquiabiertos  personajes alados.

 

Doña Luisa Quezada Ramírez, convencida de lo importante que era para el corazón de su pueblo la difusión de las causas justicieras, encendió los ánimos de los presentes y los alentó a participar en una de sus obras de teatro, escrita con mucha sencillez y pasión por su autor, diciéndoles que Belisario y ella también intervendrían. Lo que se tenía que hacer era, primero, quitarse la timidez; segundo, actuar con toda naturalidad y, tercero, echarle sentimiento del bueno a los sombrerazos, gritos y a las lágrimas de pasión libertaria que la obra planteaba ante quienes la apreciarían. 

―El teatro ―describía Luisa― es la mejor confidencia sentimental de la belleza y el dolor, y siempre se hunde hasta la médula de cualquier alma justa.

Ocho años después de haberse estrenado aquellos melodramas justicieros en suelo patrio (Tampico), ahora tocaba a esta adorada matria de todos, homenajearlas y encenderse con sus significados.

Por lo pronto, se abriría el telón sanantoñino con Tierra y Libertad.

La bodega, que tenía en la parte del techo laminado dos piezas de plástico transparentes, que permitían la entrada de la luz del sol y de los rayos de luna hacia el interior, dejó ver a los ejidatarios, actores y espectadores, a dos dinosaurios voladores que suavemente movían sus alas con el efecto de mantenerse flotando en el aire y atentos ante lo que vendría a continuación en aquel improvisado foro que tenían a la vista.  Sus sonrisas y pestañeos alegraron a todos.

Y del desarrollo de Tierra y Libertad se escucharon las voces de la indignación y del esperado y exigido reconocimiento decoroso al campesino mexicano:

Un actor, que representaba a un agricultor de nombre Marcos expresó:               El administrador me dijo esta mañana que ya debo a la Hacienda doscientos treinta pesos, porque los ciento setenta y cinco que debía mi difunto padre me los han cargado a mí. Rosa, esto es ya insoportable, tanta injusticia tiene que terminar. 

Rosa le respondió:

―Sí, tiene que terminar.

 

En el transcurrir de la obra, los asistentes murmuraban entre sí elogios a la excelsa dramatización de las escenas de luchas por la defensa de la dignidad campesina. El epílogo se les incrustó en las sienes. Sintiendo vibrar su corazón, los actores impactaron a la audiencia así:

Marcos, con tristeza, se inclina y coloca la cabeza de Rosa sobre sus rodillas.

―¡Está muerta! ―dice, y la besa―. Ha dejado de ser esclava.

La estrecha con ternura, y agrega:

―Dentro de pocos minutos estaré contigo.

 

Los privilegios de la burguesía

Aniquilemos con brazo tenaz.

 

No quede en pie el Estado y sus leyes

que siempre al pueblo feroz esclavizó

 

La pastorcita Alma Rosa, que estaba sentada frente al escenario, se sintió inspirada. En un receso emotivo se levantó y, con lágrimas en sus tornasolados ojos, dedicó a los presentes y a Flores Magón, el siguiente poema suyo:

 

Por una vocación de rebeldía

ante la iniquidad de tu destino

yo camino contigo día tras día,

yo camino contigo, campesino.

 

Yo sentí la potencia de la tierra

debajo de tus plantas y las mías,

y regué con mis manos las semillas

entre los surcos que delante abrías.

                         

He esperado contigo la cosecha

de la revolución donde moriste

con una muerte inútil, contrahecha,

por las traiciones y por la ambición.

                         

Domingos de rosario en la campiña,

manos entrelazadas con cariño,

comisariados convocando a junta,

realización y paz, luz y respiro.

                          

Porque todos los hombres sean contigo

en el logro gentil de otro destino,

porque todos los hombres de mi tierra

todos, sean tus hermanos, campesino.

                                       

Los ejidatarios y los dinosauritos aplaudieron, emocionados, decretándose un receso en aquella larga sesión.

Luego ondearían sentimientos muy caladores en los corazones de todos: La intervención de los representantes de la Casa Zuloaga, primero, y del gobernador Jesús Antonio Almeida, al final, reconocerían la valía de los campesinos y vecinos de este rincón de Arenales. Los primeros, además, por conducto de sus abogados Porras y Muñoz, plantearían soluciones e indemnizaciones pertinentes, respecto a las diferencias que se mantenían con los ahora sensibilizados ejidatarios, gracias al bendito teatro y a la sabiduría de doña Luisa, ofreciendo los viejos patriarcas donaciones de terrenos para viviendas, una presa, obras hidráulicas, la formación de una colonia agrícola y el apoyo a un justo deslinde para garantizar a todos, agraristas, menonitas recién llegados y hacendados, una paz armoniosa y duradera. 

 

Buena lección floresmagonista, reconocieron todos, incorporando a los dinosauritos laguneros al júbilo. Estos  recibieron las bendiciones y promesas de los presentes, para siempre convivir con el pueblo ‒su hermano‒, por su perpetuo alborozo, brindando todos con atoles calientitos, servidos ahora en ollas de barro ‒para satisfacción de los reptiles‒ por el éxito de la cordial congregación de sanantoñinos.

 

Los vecinos del pueblo de San Antonio de Arenales, por conducto de don Belisario Chávez Ochoa solicitarían luego al Congreso del Estado, en un histórico documento de fecha 22 de septiembre de 1926 que, en mérito de justicia se elevara a San Antonio de Arenales, de la categoría de pueblo, a la de municipalidad, y que se adoptara el nombre de Cuauhtémoc, uno de los más grandes héroes de nuestra patria, para esta matria, nuestra tierra madre, que para entonces ya era  cuna de identidades culturales como no han conocido otros municipios y rincones de la tierra.

Aquí conviven rarámuris, asentados en la colonia tarahumara, en Chócachi –lugar de sombras‒  y a las orillas de la Laguna de Bustillos, originarios, se dice, de la fabulosa isla Atlántida, la que un día se hundió para siempre en el mar, habiendo llegado a la sierra chihuahuense en su vuelo como libélulas danzantes, tal como lo señala Antonin Artaud); chinos (fong go, o go chi fong) y Natalia Juy, pareja establecida a las orillas del de las vías del tren desde 1905, provenientes de la exótica y deslumbrante China, dominada entonces por la emperatriz Orquídea, de nombre Tzu-tzi, conocida aquí como la Porfirio Díaz eternizada en el poder de aquella China imperial); menonitas, llegados desde la Ucrania (antes tierra rusa), pasando luego a Canadá, con su temple de sencillez y disciplina religiosa y laboral ejemplares; españoles (familia Cuilty Zuloaga, dueña de latitudes y llanuras enormes que abarcaron el latifundio Bustillos, donde nos encontramos); árabes (cuyos ascendientes vinieron de Asia, de la Arabia exótica y milenaria); mestizos (muchos originarios de Bachíniva, Namiquipa, Cusihuiriachi y otros pueblos mineros), todos formando una sola familia universal. Ancestros todos, nos heredaron una identidad cultural y armoniosa como no existe otra en la faz de la tierra.

La armonía alcanzada fue la que propició que el 12 de julio de 1927, hace ya 95 años, se formalizara la creación del municipio de Cuauhtémoc, siendo entonces gobernador del estado don Fernando Orozco Estrada y nombrándose como  primer presidente municipal, en tal ocasión, a don Pedro Baray.

 

Qué hermosa es nuestra tierra madre, la raíz de nuestra fe armoniosa y de nuestros  bendecidos corazones.

¡Viva Cuauhtémoc!

 

 

 

 

Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de CuauhtémocChihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

2 comentarios en «Colosales y revolucionarias obras de teatro a la luz de lámparas de petróleo, en San Antonio de Arenales. Fernando Suárez Estrada»

  1. Felicidades, Nano, or esa pluma y esos sentimientos de amor al terruño y tu devoción a la memoria de tu madre, siempre presente en tus letras y que viva Cuauhtèmoc tierra de inmigrantes de diversas latitudes mundiales, encuentro de tansumantes que se quedaron aquí para darle identidad a este paisaje humano donde vivimos y desde niños fuimos amigos y hasta la fecha, mi querido Maestro!

    Responder

Deja un comentario