De porcelana. Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

  1. De porcelana

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

A veces un solo recuerdo de hace tiempo, guardado en lo recóndito de la mente, basta para abrir los ojos. Y en medio de la oscuridad siempre brillará la luz.

Nubia se despertó sin saber si era de día o de noche; toda la casa estaba en silencio, pero no sus pensamientos. Palpó en la mesita en busca del interruptor de la lámpara, encendió la luz y lanzó un grito de horror cuando vio un rostro de porcelana mirándola. Solo estaba una bella muñeca. La mirada era entre dulce y agria, como si la compadeciera y al mismo tiempo se burla de ella.

Pensó en seguir durmiendo, pero su cuerpo parecía no estar de acuerdo porque se puso de pie, aunque con dificultad. Tenía varios días sintiéndose cansada y el cuerpo no le respondía como antes. Tal vez aquello se debía a la perdida de sus amigos.

Salvador, había desparecido y solo se había encontrado su auto. Hettel se había ido una tarde a su casa y jamás la volvió a ver. Víctor fue el último y detrás de él solo quedó esa muñeca.

«Si me voy, ella se quedará… vio lo abominable, cuando el alma se separó de los lazos que lo unían al cuerpo.»

Seguía sin entender sus últimas palabras, pero desde que la muñeca llego, sus males se hicieron presentes. Caminó hasta el closet, abrió la puerta corrediza y tomo algo de ropa, preguntándose si debería vestirse para ir a trabajar.

—¿Has olvidado nuestro juramento de amistad? Es tan sagrado… que el cielo y el infierno me permiten cumplirlo. Ya no soy.

Nubia giro la cabeza muy rápido, pero no había nadie. Solo la muñeca que la miraba y se preguntó, ¿Cuándo la puse de esta forma?

Estuvo a punto de salir de la habitación, cuando nuevamente la voz se escuchó.

—Mi sangre, todavía está caliente, ha subido con mi alma hasta el trono del eterno, donde resplandece la urna, la que ratificó nuestro juramento.

Pero nadie estaba ahí, solo la muñeca. Tenía miedo. Se llevó las manos al rostro y ahogó un sollozo mientras una risa resonaba en su cabeza. Se acostó en la cama y se cubrió con la sábana. Tal vez todo era una pesadilla. Se hundió en el sueño entre susurros de recuerdos que saltaban ante sus ojos sin poder reconocer ninguno.

—Sellada esta la urna. Pero a todo el grupo alcanza el juramento.

Abrió los ojos, sin saber si era de día o de noche. Se levantó y su corazón se agitó como las olas del mar en una tormenta, al no saber dónde se encontraba. No era la misma habitación, pero la muñeca seguía ahí, mirándola. Como si se alimentará de ella.

Se quedó temblando en la cama por varios minutos y las lágrimas mojaban sus mejillas. Quiso pedir ayuda, pero un grito gutural le hizo arder la garganta y le provocó más temor. Las cuerdas vocales fueron entumecidas por un sonido cargado de oscuridad, de un horror que proyectaba una sombra en su mente. La muñeca se acercaba.

¿Por qué no había nadie con ella?

¿Dónde estaban los otros?

¿Por qué la habían abandonado en aquel lugar desconocido?

Le dolía todo el cuerpo.

La muñeca sonrió.

—Eres él bebe, que tengo adentro. Yo viviré por ambas.

Enemiga del tiempo,

permanece a la más fina porcelana.

Tiene ojos de cristal,

y labios carmín.

Consume almas atormentadas.

¿A dónde ha escapado?

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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