Volver. Karly S. Aguirre

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Por Karly S. Aguirre

 

 

                       Puede que no haya ido a donde quería ir,
                       pero creo que he terminado donde tenía que estar.
                                        -Douglas Adams.

 

 

Siempre quise tener los ojos de mi padre: mi mamá decía que se había enamorado de sus ojos verdes. Pero sus ojos no eran verdes, eran azules con finas franjas café que nacían de la pupila como rayos de sol. Sí, a lo lejos parecían verdes.

Lo supe una tarde en la que mi papá me llevó al cine. Esperábamos en su auto la hora de la función, al mirarlo fijamente a los ojos pude notarlo. No me había dado cuenta en diez años porque casi no lo veía. Jamás se lo conté a mi mamá, le rompería el corazón enterarse de que la única cosa que amó de mi padre ni siquiera era como ella lo recordaba.

*

El 8 de enero del 2019, a medio día, tocaron a la puerta. No esperábamos a nadie, mi mamá se asomó desde la ventana de la cocina.

—Buenas tardes. Busco a Camila Serrano Aguilar de parte de gobierno del estado —dijo una voz amable.

—Te buscan, Camila. Seguro es por la beca que solicitaste —dijo mi madre en voz baja.

Tuve un mal presentimiento, pues no había solicitado ninguna beca en mi nueva universidad, solo había mencionado que lo haría.

Dos años antes había ingresado a la Facultad de Filosofía y Letras, me inscribí en la licenciatura de letras españolas. Desde niña descubrí mis habilidades para la narrativa. Después de un año y medio de estudios decidí escuchar a aquel hombre sombra que como espectro se aparecía en ocasiones solo para darme tormentos bajo el disfraz que la naturaleza le brindaba: ser mi padre. Él nunca estuvo de acuerdo con mis decisiones, mucho menos con una tan importante.

Finalmente cedí: me cambié de licenciatura. No había sabido nada de él en meses y ahora había decidido enviarme una carta de amor.

—¿Camila Serrano Aguilar? Buenas tardes, soy Laura Espinoza, vengo del centro de justicia; se le tiene por notificada de los autos que obran en el expediente 9512/23 que promueve el C. Camilo Serrano Lozano en su contra, por lo que se le da vista para que en un plazo de nueve días conteste lo que a su derecho corresponda. De abstenerse, se le tendrá como rebelde en el presente procedimiento, esto para los efectos legales a que haya lugar.

La mujer era muy amable. Me dio la noticia con una voz tan dulce que pronto sentí cómo se me subía el azúcar. Mi padre me estaba demandando para retirarme el apoyo económico que se había visto obligado a brindarme desde la niñez.

*

Gracias a Dios no tenía sus ojos, o me los hubiera sacado en ese mismo instante. No quería nada de ese hombre: ni dinero ni su apellido. ¿Me tendió una trampa? Fingirse tan interesado por mi futuro para que finalmente al cambiarme de carrera pudiera demandarme. No iba a salirse con la suya, iba a darle batalla.

Por suerte mi novio había estudiado derecho y, aunque él no ejercía como litigante, uno de sus amigos sí. Así conocí a Roberto, un joven abogado lleno de vida, sensible y divertido. Roberto se apoyaba en un bastón, pues se había lastimado el pie y yo me apoyaba en él, en la calidez amistosa que brindaba a cualquiera que estuviera a su alrededor.

*

Ser demandada es humillante. No hay nada peor que un montón de desconocidos insensibles hurgando en tu pasado para juzgarte de manera objetiva y fría.

El día de la audiencia en los juzgados Roberto saludaba a sus colegas en los pasillos camino a nuestro destino. Entre el ruido pude escuchar una voz que decía mi nombre, miré entre la multitud y me encontré con una sonrisa descarada y familiar. Mi padre me saludaba, sonreía como si genuinamente le diera gusto verme. A su lado estaba su otra hija y dos hombres que por su vestimenta deduje que eran sus representantes legales. Le regresé el saludo con la mano desde lejos y volví la mirada con Roberto.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Sí —respondí, tratando de hacerme la valiente.

Estaba nerviosa y confundida, no me interesaba ganar la demanda ni el dinero, que además era muy poco. Me interesaba que mi padre supiera que no podía meterse conmigo y salirse con la suya.

La voz de Roberto me reconfortaba, me hacía saber que tenía a un amigo a mí lado y que no estaría sola en ningún momento durante el proceso.

*

Pensaba que en las audiencias solo podía mencionarse lo que se podía comprobar, pero parecía que hubo una falla de la realidad y ahora era parte del programa de Laura en América.

Mi padre resultó ser un rutilante actor, vaya talento desperdiciado. Inventó una historia donde yo era una hija desalmada que lo trataba con desprecio todo el tiempo; su abogado se encargó de tocar el violín mientras él continuaba la desgarradora historia.

Después de cuarenta minutos de audiencia, dimes y diretes, el abogado de mi padre me ofreció un trato donde se me daría el dinero a cambio de una constancia de estudios cada inicio de tetramestre. Acepté.

Después de firmar los documentos en donde me comprometía a entregar la constancia mi padre, me murmuró:

—Ahora sí vas a tener que estudiar, mijita, porque te tengo agarrada del chongo.

*

Estudié durante 2019 la licenciatura en administración de empresas en una universidad patito donde los profesores pedían dinero a cambio de pasarnos de grado.

Mis clases favoritas eran las de derecho, siempre me recordaban a Roberto y a su guante blanco con el que audazmente calló la boca varias veces al abogado de mi padre. Eran las únicas clases en donde veíamos contenido sin ser chantajeados por calificaciones.

En quinto tetramestre, a principios de 2020, empecé a escuchar una vocecita. Pensé que venía de mi cabeza, pero venía de mi corazón. Me pedía regresar al mundo de las letras rápido, o habría daño interno irreversible. Al principio la ignoré, pero luego los síntomas empezaron a aparecer: mi cuerpo se sentía pesado y cuando llegaba a la universidad los músculos se petrificaban y me impedían bajar del auto, me sofocaba, luego nada, no sentía nada, había un vacío en mi pecho, como si mi corazón se hubiera enojado y hubiera decidido abandonarme. Mi alma, que hasta entonces parecía etérea, ahora dolía. Entonces supe que era hora de marcharme y volver a mi único y verdadero hogar, la literatura.

*

—¿Por qué lo hiciste? La escuela está hecha para pasarse, así de fácil, es todo lo que tienes que hacer. Deja de poner pretextos y acaba una maldita licenciatura de una buena vez —explotó Roberto después de que le dije que me había dado de baja en administración.

Pensé que estaría feliz por mí, pero estaba furioso.

—Le estás dando gusto a tu padre de ser una Doña Nadie —añadió.

—Me estaba muriendo en Administración. Además voy a volver a estudiar letras —respondí.

—No quiero saber más, Camila. Ahora estoy bajo mucha presión y no tengo tiempo para esto. Será mejor que hablemos luego.

La voz de Roberto pasó de ser reconfortarle y familiar a ser una voz desconocida que articulaba desdén y emitía juicios.

Sabía que con esto mi padre estaría feliz, verme derrotada, sin licenciatura, sintiéndose superior por tener la razón sobre mí. Pero ya no me importaba lo que él ni nadie pensaran. Todos esos caminos que parecían ser atajos terminaron por retrasarme de mi verdadero destino y ahora ya no quedaba más tiempo que perder.

*

Como era de esperarse, el apoyo económico de mi padre me fue retirado. Pero no fue el peso mexicano el peso más significativo que me quitaron. Me quitaron el enorme peso de ser su hija. Después de eso no volví a saber nada de él, pues lo único que nos ataba no eran los lazos de sangre, sino sus misérrimos mil seiscientos pesos a la quincena.

A partir de ese día ya ni siquiera escribo su apellido en mi nombre, ahora soy Camila S. Aguilar. La S es de sola, no de Serrano. La S es nada más la puntita de su apellido, como nada más la puntita fue mi padre.

*

—Hice de nuevo el examen de admisión en letras españolas, bueno, ahora se llama letras hispanoamericanas. Hoy es mi primer día. Ya no voy a ser una Doña Nadie —le dije a Roberto.

—Disculpa por lo que te dije aquella tarde. Nunca has sido una Doña Nadie, tú eres importante —respondió, regalándome de nuevo la calidez de su sonrisa luminosa. Y con ella, su amistad.

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.

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