Meditaciones de la muerte. Sigfrido Viguería Espinoza

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Utrora

Meditaciones de la muerte

 

 

Por Sigfrido Viguería Espinoza

 

 

A la memoria de mi madre Dolores Espinoza Urrieta

1 junio 2010

 

 

Un escalofrío me heredo tu muerte

sobre este paradigma que es la vida,

y después de hilvanarte en tu partida

me pierdo en los azares de la suerte

Elegía a Patricia, fragmento. Sigfrido Viguería Espinoza 2001

 

Cuando un ser querido muere, algo de nosotros también muere y nos abandona. A diez años de transmigración física de mi madre, es que me atrevo a escribir estas meditaciones, como una necesidad de la memoria eterna, de su vida, la nuestra y de todo lo que su muerte significa para mi padre y para mí.

¿Qué es la vida?

 

 Un frenesí. Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

La vida es sueño. Pedro Calderón de la Barca

 

Mi vida está unida a mis padres. Durante treinta y un años compartida con mi madre. En mayo 2003, mi madre me llamo. Yo trabajaba en Chihuahua capital como profesor de humanidades en una preparatoria privada. Me comentó que mi padre había hablado con el maestro Julián Hernández y que me había conseguido algunas horas en la Preparatoria Francisco Villa, de la cual soy exalumno, y también algunas en UACJ NCG.

Le comenté a mi mama que había empezado un diplomado en educación en la Escuela Normal José E. Medrano R, y quería terminarlo, por lo que prolongué un año más mi estancia en Chihuahua.

Yo no quería regresar a Nuevo Casas Grandes y puse como pretexto ese diplomado. A un año todavía, no me titulaba y no ganaba lo suficiente para la renta de mi departamento, por lo que mis padres me persuadieron de regresar y estar en mi casa, evitando gastos insufribles tanto para mí como ellos. En junio de 2004, en las vacaciones de verano, al llegar a mi casa mi madre me dijo:

―Mira, tu papa te compró este carrito para que puedas moverte al trabajo, ganarás poco, pero estarás en tu casa.

Otra vez yo quería escabullirme, pero ya había pasado un año de mis últimos estudios, y una corazonada me hacía ver a Chihuahua como un recuerdo, y a mi casa y mi ciudad como un retorno.

 

Volveré a la ciudad que yo más quiero
después de tanta desventura; pero
ya seré en mi ciudad un extranjero.

Luis G. Urbina. La elegía del Retorno

 

En agosto 2004 comencé a trabajar y a disfrutar los últimos seis años al lado de mi madre. Nunca me falto el trabajo.

Entonces viví en mi casa junto a la familia, de paseo, recordando los años mozos de casados de mis padres entre Sección Enríquez y La Leona Vicario, recorrimos los caminos, escuchando a mi padre y madre contarme su vida y recordar la de ellos.

Al cabo de tres años más, la salud de mi madre mermaba, hasta que un día sus piernas perdieron fuerza y ya no pudo caminar. Deambulaba por la casa en su andador (ese sonido aun me acompaña y siento su presencia). Un año después también perdió la vista, tratamos por nuestros medios intentar recuperarla. Se logró brevemente y ya nunca más volvió del todo.

El penúltimo año fue la antesala de su despedida física. Estuvimos casi un mes en Ciudad Juárez en su tratamiento, y otros meses con doctores particulares, pero su salud disminuía vertiginosamente.

La noticia de la diálisis para ella era el final. Un año atrás, una hermana suya había fallecido de la misma enfermedad, diabetes, después de haber luchado con ese tratamiento cerca de una década. Entonces un día de mañana, llorosa e inconsolable, me dijo:

―Yo sé que tu tía Gloria ya falleció, lo siento dentro de mí

En efecto, ese día me habló de Tijuana mi tía Juanita, otra hermana de mi madre, quien me comunicó el fallecimiento de mi tía Gloria. Mi madre siempre tuvo esa sensibilidad premonitoria con la muerte de su hermano Víctor y la de su hermana Gloria. Esa herencia premonitoria me acompaña ahora a mí a través de los sueños.

 

Los sueños…

 

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

 Arte Poética. Jorge Luis Borges

 

No hablare del hecho de su muerte, sino de los sueños antes y después que me hicieron escribir estas Meditaciones de la muerte.

Mi madre siempre fue muy unida a sus hermanos, hermanas, a sus padres. Cada año, después de retornar del Estado de México a causa del temblor de 1985, mi madre hacia sus ahorros para ir a visitar a su familia, que también es la mía. De 1986 a 1991 fuimos ella y yo cada año. Estuvimos en Aguascalientes, Iztapalapa, San Vicente Chicoloapan, La Ramos Millán y La Colonia del Valle, conviviendo con la familia. Solo una vez mi padre también estuvo con nosotros en Aguascalientes.

De 1992 a 1995 ya no fue posible ir con nuestra familia al sur y centro de México, por cuestiones económicas. En ese lapsus empiezan mis sueños premonitorios.

Siempre he sido enfermizo de la gripa y, en mis delirantes sueños en esa enfermedad, sucedían cosas.

 

*

 

Yo era presa de fiebres que me tiraban en cama y en ello me veía caer desde una pirámide y a mi alrededor bolas de fuego… nunca terminaba de caer, porque antes de ello despertaba.

 

*

 

Me soñaba con mi madre en un camión donde pasamos por un pueblito, al pasar estaba una pequeña iglesia, una niña que pasaba la calle y un perro que la seguía, de ese otro lado una placita muy pintoresca.

 

*

 

Resulta que de 1992 a 1995 no habíamos ido a Ciudad de México. Antes de eso se usaba la vía larga, se hacían veinticuatro horas desde Nuevo Casas Grandes hasta México. En 1995 viajamos en unas vacaciones de verano, pero por la vía corta. Vi el pueblo del segundo sueño que relato. Se lo dije a mi madre en ese camión foráneo, y me abrazo dulcemente.

Cuando yo iba a la Facultad de Filosofía y Letras, tomaba el camión en la Avenida Niños Héroes, a mí siempre me gustó viajar en camiones urbanos, porque gracias a ellos conocía la ciudad. Un día de tantos iba tarde y tomé un camión que no daba tanto rodeo. Ese camión daba vuelta en la Avenida Universidad; cuando dio vuelta en esa calle yo entré en un lapsus de muerte, pues me desconecté por dos minutos de todo y de todos. Llegado a la Facultad, fui a buscar a mi querido maestro Francisco Flores Aguirre y le conté lo sucedido, a lo cual me dijo:

―Qué bueno que regresaste, si no te hubieras muerto. Resulta que el alma y el espíritu se desprenden y a veces vuelven y a veces no, en este caso tú volviste.

Con ello entendí que había muerto y regresado de la muerte.

 

Una vez le dije a mi padre:

―Fíjate que recuerdo que invite a la señora Capoulade, en un cumpleaños, cuando cumplí ocho años. Estuvo conmigo en el patio de la casa de mi abuela Sofía, del otro lado del palo cerco.

A lo cual me respondió

―No es posible eso. La señora Capoulade murió hace muchos años, debiste confundirte o imaginarlo.

Le contesté:

 ―No papá, no lo imaginé, lo viví y lo recuerdo claramente, que la señora me agradeció, pero no llegó a mi cumpleaños.

Entonces entendí que había conversado con una muerta como Juan Preciado en Pedro Paramo.

 

Un sueño compartido

Los últimos meses de mi madre fueron muy dolorosos para ella y para nosotros. Todas las noches yo dormía con ella y la asistía. Un día me dijo:

―Ya pronto me voy a morir y podrán descansar tu padre y tú. ¡Mira! Esos de blanco me dicen que me vaya con ellos, ¿los ves?

―Claro que los veo ―le respondí―, pero mientras yo este contigo no han de llevarte a ninguna parte.

Siempre he creído en mi madre y ese día no era la excepción, ella me explicaba que cuando la abrazaba, esos seres se alejaban y la dejaban conciliar el sueño. Que después sería el sueño de la muerte.

 

Me acordé de lo que me había dicho mi madre: “Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz”.

 Juan Preciado. (Pedro Páramo)

 

Pasado el día de su fallecimiento, durante años soñé a mi madre. A veces dormido, a veces despierto.

Pasados algunos años tengo sueños recurrentes…

 

*

 

Mi madre ya invidente me llamaba, yo estaba en Tucson o Chihuahua. Le oía

en murmullos, pero no la podía ver…

 

*

 

Íbamos mi madre y yo en un camión. Era de noche. No podía verla, apenas su silueta en el asiento compartido. Llegamos a un pueblo, todo estaba sombrío. En la iglesia nos separamos. Después la voz de mi madre se volvió murmullos y yo la buscaba por todo el pueblo, escaleras arriba y abajo. En una puerta pude verla de nuevo por un instante. Luegos ya nunca más. Había despertado.

 

*

 

Iba a buscar a mi padre por la Avenida Constitución. Era 1950. Después, 1970. Algunos años después, comprendí que mi madre lo buscaba y que yo la veía deambular entre las sombras.

 

*

 

Estaba en casa de mis padres. Voy a leer, a estar en silencio, y cuando nada me turba, escucho el sonido del andador y su voz tan cálida, así como su figura alimentando la estufa de leña del primer cuarto que construimos juntos.

 

*

 

No hay un momento en que no platique con mi madre. Su voz… mi conciencia… me acompañan y son eco eterno lleno de recuerdos y esperanza.

 

*

 

Yo estaba muy enfermo, más que ahora. Entonces pregunté a mi madre si era momento de reunirme con ella. Me contesto: Debes cuidar a tu padre y a ti mismo; no es momento de vernos todavía.

 

*

 

Hoy por la mañana íbamos mi padre y yo por el centro de la ciudad. Llegamos a el ISSSTE, pero mi madre no estaba ahí. Entonces caminamos, caminamos y la vi que venía con una chamarrita rosa que le gustaba mucho. Traía comida en una bolsa. Me dio la bolsa, estaba pesada. Pero ella sonreía eternamente, como siempre. (01 de junio 2020).

 

*

 

No puedo aprehender en estas páginas todo lo que yo quisiera, pero este sueño de hoy me anima a seguir escribiendo sobre ella. Sobre mi padre. Sobre mí. Sobre todo y sobre nada, porque en las palabras se encuentra la redención de aquellos y la mía.

 

*

 

Mi padre escribió un poema a su memoria, he aquí un fragmento:

 

Un día, te llamo el Señor a su vera.

Pero antes de irte, como herencia inmortal,

brotó de tus entrañas en esa primavera

la semilla. El bálsamo para el dolor fatal.

 

Tomas Viguería

 

*

 

Nuevo Casas Grandes

1 junio 2020

 

 

 

 

Sigfrido Viguería Espinoza es licenciado en letras españolas por la UACH. Tiene estudios de maestría en educación y doctorado en pedagogía. Es profesor de literatura en el Colegio de Bachilleres y asesor académico en la Normal Superior de Nuevo Casas Grandes. Escribe una columna llamada Mito, Literatura y Realidad en El Diario de Juárez. Tiene publicaciones en la revista literaria Hambre, en el podcast El buen Cruel, diario digital de Agua Prieta. Ha publicado en semanarios y revistas literarias como Nosotros, Metamorfosis y Letra Nostra. Es promotor cultural y académico en Normal Superior José E. Medrano R, UACJ Nuevo Casas Grandes y UPN Nuevo Casas Grandes. Dedica su tiempo a la literatura, la discusión académica y el canto lírico. Publica constantemente ensayos y poemas en medios impresos y electrónicos. Tiene una columna semanal llamada Utrora en Estilo Mápula revista de literatura.

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