Nuestro mantra. Adriana Quiñónez Carlos

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Nuestro mantra

 

 

Por Adriana Quiñónez Carlos

 

 

La mañana era lenta, Ana Paula temblaba como una hojita a punto de caer de un árbol. Le dolía su espalda y el frío recorría su pequeño cuerpo, frágil y gris. Subimos a la habitación y sentada en su silla de ruedas resistía aquel dolor clavado en los huesos, peleando aquella batalla. Sin imaginar que sería la última.

Ya en la camilla frotamos nuestras manos para calentarlas. Acariciábamos sus manitas pálidas y sus piecitos afilados para darle un poco de calor. El sol entraba por la ventana y a pesar de que parecía un lindo día, era diferente. Era demasiado tranquilo, como si se pausara por segundos.

Yo me acercaba a ella y repetía una y otra vez que todo estaría bien, que resistiera una vez más. Las enfermeras solo corrían de un lado a otro, preparándose para luchar junto con ella; aunque sus miradas reflejaban poca esperanza y sus movimientos me parecían demasiado lentos. Sostuve su mano y repetí; persistir, resistir y jamás desistir, era como nuestro mantra.

―No te preocupes, mi amor, ya están aquí tus enfermeras. Verás que en un ratito estás mejor y te recuperas, pronto nos iremos a casa. Tu Nino no se va a ir, te va a esperar hasta que salgas del hospital.

Sosteniendo su mano, me di cuenta de que la estaba perdiendo. Sus ojos grandes y redonditos estaban llenos de miedo y me veían diciéndome mil cosas, sin pronunciar una palabra. Se acercó la Doctora y solo con verla a los ojos sabía lo que me iba a decir.

―Señora, ya no hay nada que se pueda hacer, necesitamos intubarla como protocolo.

Sentí un trancazo en la boca del estómago y un dolor que quebraba mi pecho. Aunque yo ya sabía, estaba consciente de lo que iba a pasar, yo no quería. Yo me resistía a escuchar esas palabras, esas palabras tan frías, como un cuchillo que atravesaba y me lastimaba el alma. Yo quería a mi hija aquí, a mi lado.

De nuevo sostuve su mano; su respiración ya era muy agitada. Ella estaba resistiendo como yo le decía y yo en eso comprendí, en eso acepté que yo no la dejaba irse, que ella no se iba porque yo le decía que resistiera, que luchará. La vi a los ojos y con todo mi amor y con todas mis fuerzas le dije.

―Mi amor, ya no luches, perrito mío. Ya te puedes ir, mi vida, ya descansa. Te amamos mucho. Papi y yo vamos a estar bien, ya te puedes ir mi amor.

En eso giro su cabeza hacia arriba y Óscar le dijo:

―¡Perri, te amo!

Volteó a verlo, una vez más, por última vez. De nuevo giro su cabeza y yo solo la llenaba de besos, queriendo detener el tiempo mientras buscaba la manera de mantenerla a mi lado.

 Algunas veces, durante su proceso, imaginé ese momento y yo decía:

―Me voy a volver loca! Yo no voy a soportar estar ahí con ella, no voy a poder cargar con tanto dolor, no voy a poder despedirme de ella.

Sin embargo, fue todo lo contrario. No me separé ni un segundo de ella, la cubrí de besos y le decía cuánto la amaba, y empecé a cantarle una canción, su canción.

 

Ando buscando un pajarito del amor

que solía volar a mi alrededor

que me daba besos al volar

y me quería hasta reventar…

 

Mi voz se quebraba, apenas y me salían las palabras. Lágrimas recorrían sus cachetitos y sabíamos que nos quedaba poco tiempo para despedirnos, y aunque nuestro amor nos seguiría uniendo a través de la distancia y las dimensiones, la separación física fue muy difícil de aceptar, muy difícil de soltarnos.

Y así entre una canción, besos y mucho amor, cerré sus ojitos, esos ojitos que un día los vi abrirse para conocer esta maravillosa vida, este mundo loco.

Y a pesar de que mi cuerpo sentía el dolor más terrible, también mi alma se llenaba de una paz y tranquilidad que jamás imagine sentir. Era algo tan liberador y en calma, es algo así como: Si ya viví esto, si ya entregué a mi hija, si ya cerré sus ojos, ya nada me va a vencer, ya nada me puede hacer daño.

Entendí que ella era libre ya de esa enfermedad tan terrible. Y por primera vez deje de sentir miedo. Pero la vida después de Ana Pau, es Ana Pau. Y la vida, Dios y el Universo me han llenado de tantas bendiciones, bendiciones que son posibles gracias al amor de mi pequeña Ana Pau. Porque su amor trascendió y tocó muchos corazones con su grande y mágica historia.

 

 

 

 

Adriana Quiñónez Carlos. De 2005 a 2018 trabajó en la Secretaría de Hacienda del Gobierno del Estado de Chihuahua, en el área administrativa de la Dirección de Contabilidad. A la par con su labor pública, en 2008 fundó la empresa de pasteles y repostería Bake Me Happy, la cual sigue operando hasta la fecha. Adriana define el ser mamá de Ana Pau como el mayor y más importante de sus roles en la vida.

11 comentarios en «Nuestro mantra. Adriana Quiñónez Carlos»

  1. Nana tarde como mil hrs en leerlo.. cada renglon hacia salir una lagrima apachurra mi corazon… Tu sabes como…
    Siempre voy a recordarte y decirte lo valiente y fuerte que eres y la grande admiracion qe siento…
    T abrazo con muuucho cariño
    Ana Pau es y seguira siendo ese pajarito en saturno que vino a darnnos una leccion d vida a muchoos!

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  2. Wouuu se me hizo un nudo en el pecho y admiro a esta mamá 🥹 estuve unos días con mi peque a un lado de Ana Pau y me duele desde que se fue me duele 😭😭cuando salimos de ahí yo le envíe una cartita y un detallito Ana Pau que nunca llegó porque mi esposo la perdió al llegar al hospital pero una cosa si hice desde que la conocí🙏🏻♥️Orar mucho por ella y lo sigo haciendo ♥️🙏🏻😢no se que me hiciste pero TE AMOOO y nunca te olvidare pequeña guerrera ♥️👩🏻‍🦲👏🏻👏🏻👏🏻🕊angelito Divino 🙏🏻

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