Mario Islasáinz
Por Marisol Vera Guerra
Hace 15 años, el poeta Mario Islasáinz me escribió desde Orizaba para invitarme a formar parte de una colección de poesía joven que estaba editando dentro de su editorial llamada Letras de pasto verde. Yo no lo conocía, y él tampoco a mí, pero me dijo, muy convencido, que le parecía una de las nuevas voces de la poesía mexicana que seguirían dando de qué hablar durante las siguientes décadas.
Me dejó conmovida y hasta intimidada por semejante responsabilidad: con esa aseveración me sentí comprometida a cumplir la profecía y mantener mi compromiso con la poesía, al menos, durante los siguientes 50 años.
Por entonces yo acababa de publicar mi primer libro y había sido incluida en algunas antologías, escribía en un par de blogs (que ya se han quedado en el archivo muerto) y estaba comenzando mi oficio de columnista en el periódico La Razón de Tampico.
Mi voz le pareció valiosa a Mario y publicó mi segundo poemario: Crónica del silencio sin pedirme nada a cambio, más que lo compartiera con otros.
Así era Mario.
Nunca se concretó el café que alguna vez dijimos que beberíamos juntos, y no lo pude saludar en persona, pero de alguna manera le conocí a través de las muchas iniciativas que tenía en favor de la poesía.
Hoy me enteré de que ha partido de este plano terrenal y solo me resta hacer una reverencia, con respeto y gratitud, para desearle buen viaje hacia la eternidad.