La historia de Basilio y Doña Equis
Por Fructuoso Irigoyen Rascón
—Solo falta la firma del director médico para trasladarlo a la otra residencia. No creo que haya ningún problema.
—Problema ya lo ha habido. Es increíble que Basilio, con su diagnóstico y condición haya podido salirse del ala sur, encontrar la entrada al otro pabellón y luego dar con la habitación de Doña Equis.
—He dejado claro en la documentación del traslado que lo que pasó no es una conducta habitual. Se limitó a la atracción exclusivamente por otra paciente. No se espera que lo haga de nuevo.
—Espero que hayas redactado el incidente tan claramente que lo que pasó no sea un obstáculo para el traslado. Sabes bien que no hay nada que haga que una residencia no acepte a un nuevo ingreso como la presencia de indiscreciones sexuales.
—He evitado incluir suposiciones. Después de todo lo que tenemos es que la enfermera de guardia escuchó un ruido en el cuarto de Doña Equis y al asomarse a ver que era encontró a Basilio parado al pie de la cama. Ni siquiera sabemos si intentó tocarla o algo más. Él no nos dirá lo que pasó y ella, por su condición, no puede declarar nada.
—Lo que parece al menos sospechoso es el por qué estaba Basilio en el ala sur para comenzar. Ahí se internan pacientes que necesitan más supervisión, más vigilancia.
—No sé si el director médico de la otra residencia sepa la naturaleza de nuestra ala sur.
—Por supuesto que lo sabe. Recuerda que antes él fue director en esta residencia. Es por eso por lo que traigo este punto a colación.
—Tal vez debí haber incluido en la nota de referencia que fue trasladado al ala sur porque quería estar todo el tiempo con Doña Equis. A pesar de que ella no mostró descontento alguno, no tiene la capacidad de expresar nada, y al personal le pareció impropio.
—En mi pueblo se dice: “estaba de encimoso”.
—Eso mismo dijeron los que reportaron esa conducta.
—A todo esto ¿qué me puedes decir de Doña Equis?
—O, pues, que le llamamos Doña Equis por que en su ficha de ingreso su nombre aparece solo como la letra X ¿será por Ximena o por Xóchitl? ¿quién sabe?
—¡Ay mujer! No me refiero a eso ¿Cómo ha reaccionado por la remoción de Basilio y su traslado al ala sur?
—Aunque ella realmente no puede expresarse por su condición. A Lupita que es quien la atiende principalmente, le ha parecido que está tristona, desanimada. También le parece que se asustó con el incidente.
Sonó el teléfono.
—Era el director médico.
—¿Y qué dijo?
—Estaba furioso. Casi gritando dijo: “¿Cómo es posible que nadie le haya preguntado a Basilio qué andaba haciendo en el cuarto de Doña Equis?”.
Aunque ya resultaba extemporáneo, el error ya se había cometido y detectado. Las dos fueron inmediatamente después de la llamada corriendo al ala sur. Hallaron a Basilio solito sentado en el comedor.
—Basilio ¿qué andabas haciendo en el otro pabellón?
—Siquiera digan ¡buenos días! no parecen gente educada.
—Lo siento. Lo sentimos: ¡Buenos días!
—¿Preguntan sobre la otra noche?
—Claro. No pretendas no saber de que se trata.
—Nomás andaba visitando.
—¿A la mujer?
—A las mujeres: había dos en el cuarto. Una está casi muerta, no habla, apenas respira.
—¡Cierto! Olvidaba que Doña Equis tiene una compañera de cuarto ¿cuál era el motivo de la visita?
—Ella es mi amiga, siempre lo ha sido. Crecimos juntos en el barrio de Santa Rosa.
—¿Y no querías hacerle nada?
—¿Nada de qué? quería visitarla, ver cómo estaba.
—Pero andabas en pijamas.
—Es la ropa que nos dan en este lugar.
—¿Y cómo te saliste de aquí?
—Por la puerta. Aquella— señaló— le pregunté a la muchacha de la entrada ¿me dejas salir?
La directora y la trabajadora social se miraron una a la otra. El ala sur no tenía una muchacha en la entrada, los que llegaban pulsaban un timbre y la puerta se les abría con un control remoto desde la central de enfermeras. Para salir había que avisar a la misma central y cuando la persona a cargo lo veía a uno llegar a la puerta accionaba el mismo control remoto. Como la puerta se abría hacia adentro, al sonar el timbre había que jalarla de un asa que tenía para ese propósito.
—Pero dinos, por favor ¿no querías algo más?
—¿Cómo qué?
—Por ejemplo: besarla, abrazarla. Tú sabes.
—Hace años me hubiera gustado. Ahora ya no.
—Gracias, Basilio. Si finalmente como ya te han dicho, te vas a la otra residencia, que te vaya muy bien.
Basilio se quedó mirando a las dos mujeres mientras la enfermera accionaba el control remoto de la puerta. En el trayecto al pabellón principal la directora preguntó.
—¿Sabías tú algo de lo que dijo Basilio? ¿Que conoce a Doña Equis desde hace mucho tiempo?
—De hecho, sí había oído esa historia. Basilio lo había comentado varias veces cuando estaba en el pabellón principal sobre todo cuando le llamaron la atención de que andaba de encimoso con Doña Equis. Lupita, que es la que está pendiente de las visitas, le preguntó a la hermana de Doña Equis, que viene de vez en cuando, que si era cierto que los dos se conocían de tiempo atrás y ella dijo que no. Lo único discordante es que cuando le señalaron a Basilio este dijo: “Hola, Laura”. Y se volteó hacia el otro lado. Aun entonces la hermana afirmó no haber visto a aquel hombre en toda su vida.
—¿Y la hermana? ¿De hecho se llama Laura?
—Sí.
—¿Y qué dice el récord? ¿Algo en común entre los dos residentes?
—¡Nada! De hecho, vienen de lugares muy diferentes y distantes uno del otro. Lo mismo sus historias personales; Basilio fue a la universidad tiene un título en administración. Doña Equis después del accidente nunca salió de su casa hasta ingresar a la residencia, aquí.
—¿Y lo del barrio de Santa Rosa?
—Es un barrio popular en Chihuahua. No creemos que ninguno de los dos haya vivido allí.
—Dijiste que la hermana de Doña Equis la visita de vez en cuando ¿Visita alguien a Basilio?
—Nadie ha venido a verlo desde que llegó, hace casi dos años. En la hoja de ingreso en el lugar en que aparece el nombre del familiar más cercano aparece el nombre de la trabajadora social del hospital que lo refirió a nuestra residencia. O sea, desde entonces no hay contacto con alguien que se pueda considerar un familiar.
—O sea, que en el nuevo traslado en que estamos trabajando tú aparecerás como el familiar más cercano de Basilio.
—Efectivamente, así es.
A veces este tipo de trámites se mueven de forma muy lenta, otras veces muy rápidamente, en otras el traslado propuesto nunca ocurre. Parecería que el caso de Basilio pertenecía al tercer tipo.
Al llegar a su oficina y encender la computadora, la directora encontró un memorándum del director médico de la otra residencia. Decía: “Debemos estudiar más este caso antes de aceptarlo”. Así que decidió dedicar su tiempo a otra cosa, aunque relacionado con el frustrado traslado era algo diferente. Había que investigar cómo fue que Basilio había podido salir del ala sur -casi una fuga- y emprender una acción disciplinaria en contra de quien resultara responsable. Basilio había sido sorprendido en el cuarto de Doña Equis a las once y cuarto de la noche. El ultimo cambio de turno en el ala sur había sido a las diez. Si Basilio aprovechó que había personal entrando y saliendo, a esa hora, las diez, era cuando la escapatoria había tenido lugar. Como era de esperarse cada enfermera y sus auxiliares que trabajaron aquella noche tanto en el turno que terminaba como en el que comenzaba a las diez negó haber tenido nada que ver con el asunto.
Debido al incidente hubo una inspección de los sistemas de seguridad tanto del ala sur como del pabellón principal. Basilio, no solo había logrado burlar un sistema propio de una cárcel para salir del ala sur, sino también penetrar al pabellón que, aunque menos estrictas también presentaba dificultades de acceso. La investigación fue inconclusa, todo parecía funcionar normalmente. Basilio nunca dio más detalles.
Así pues, las cosas volvieron a la normalidad, tanto en el pabellón principal como en el ala sur. El evento más importante en la vida sin eventos de Doña Equis fue que su compañera de cuarto finalmente falleció. La directora recordó las palabras de Basilio: “una está casi muerta, apenas respira”. Pronto fue remplazada, esta vez por una mujer más activa y platicadora. Doña Equis parecía estar poniendo atención a lo que su nueva compañera decía, y siempre estaba diciendo algo.
En el ala sur tampoco había muchas novedades. cuando Basilio fue informado que no sería trasladado a la otra residencia, este comentó.
—Al menos estaré cerca.
Unas semanas después -es decir, un largo tiempo, pues en estos lugares el tiempo pasa muy despacio- sucedió algo completamente inusitado. La directora estaba sentada detrás de su escritorio, hojeaba unos papeles mientras disfrutaba de una humeante taza de café. Si algo tenía bueno la residencia, era la cafetera de la oficina de la directora. Un ruidito la hizo mirar hacia la puerta de su oficina, que siempre estaba entrecerrada. Nunca esperó ver a Basilio parado frente a su escritorio.
—¿Qué haces aquí? ¿Quién te dejó salir? ¿y quién te dejó entrar?
—Otra vez, ni siquiera ¡Buenos días! Qué pobre educación.
—Sí, buenos días. Por favor, respóndeme. Es muy importante para nosotros saber cómo lo haces.
—Bueno, como la vez pasada hicieron tanto escándalo. Esta vez decidí venir a pedirle permiso a usted, señorita directora.
—¿Permiso?
—Sí, de visitar a mi amiga.
—¿Y quién te dejó salir del ala sur y entrar aquí?
—La muchacha de la entrada, nomás le dije que venía a verla a usted y me dejó salir. Cuando llegué aquí nomás entré, pues la puerta estaba abierta.
La directora tomó el teléfono, mientras le contestaban indicó a Basilio que se sentara en una silla dispuesta a un lado de su escritorio.
—¿Ala sur? Por favor, comuníqueme con la muchacha de la entrada.
—No hay nadie a la entrada. — respondió a la directora la jefa de piso.
—¿Y Basilio?
—Está en su cuarto o en el comedor.
Aparentemente, la jefa de piso pidió a alguien que buscara a Basilio, para estar segura.
—¡No está! — Dijo alguien claramente.
—Claro que no está. Aquí lo tengo en mi oficina. Vengan por él en media hora. Él y yo vamos a hacer una visita.
La directora tomó a Basilio del brazo y lo condujo hasta la puerta de la habitación que ocupaba Doña Equis.
—Espera aquí un minuto, mientras veo si está presentable.
En menos de un minuto, Basilio entró al cuarto, de reojo vio a la nueva compañera de cuarto de Doña Equis. La saludó levantando la mano. Luego se dirigió a su amiga.
—¡Buenos días, Clarita! ¿Cómo estás?
El rostro de la mujer se iluminó, se diría que sonrió a Basilio.
La visita fue breve, llegaron los asistentes y se llevaron a Basilio al ala sur. La directora pudo apreciar como Doña Equis sonreía y miraba la puerta por donde habían salido.
Una semana después murió Doña Equis, como todo en ella fue sin aspavientos, sin agonía propiamente dicha. Se lo dijeron a Basilio quien sin decir palabra se retiró a su cuarto, aparentemente lloraba.
Poco tiempo después sucedió la tercera fuga de Basilio. Esta vez desapareció en las calles de la ciudad. Nunca más se supo de él. Sobre el mostrador junto al botón que acciona el timbre que abre la puerta del ala sur había dejado un sobre con algunos billetes de a cien pesos dentro, con letra clara había escrito Basilio:
“Para la muchacha de la entrada”.