Niña Rica. Fructuoso Irigoyen Rascón

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Niña Rica

 

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

 

Niña Rica se ha salido del palacio de cristal y mármol. Va por la calle empujando un carrito de supermercado. Desde donde estamos se ven tres sombras siguiéndola; la primera, un poco más pequeña, va adelante; las otras dos como en pareja la siguen de cerca ¡ya saltan sobre la primera las otras dos! Uno de ellos le pone la .380 en la garganta.

—¿Qué trais?

—Nomás sigo instrucciones.

—¿De quién?

—Del gerente.

—¿Gerente? ¿gerente de qué?

—Del súper.

—¿Qué instrucciones son esas?

—Que no la moleste, que espere a que deje el carrito en alguna parte, que lo recoja entonces y lo regrese al súper.

La sombra número uno se abrió el saco y colocó la .380 en su funda que llevaba sobre el lado izquierdo del pecho como en las películas de gánsteres. La cacha de la pistola era de concha nácar.

Niña Rica había seguido caminando y ahora estaba sentada en una banca del parque. El carrito estaba estacionado a un lado de la banca.

—Me caso mañana. Me caso mañana. —repetía. Las dos sombras la escuchaban detrás de un árbol.

—Habla sola.

—¡sshtt! que te oye.

De donde estaban no podían apreciar que cada vez que repetía: «me caso mañana» la cara de Niña Rica se transfiguraba. Su rostro parecía el de una de aquellas actrices de la época de oro del cine mexicano retratadas por el genial Gabriel Figueroa. Y volvía a decir:

—¡Me caso mañana!

En el palacio de cristal y mármol las primas de fuera apenas se levantaban. Todavía pensaban en la conversación que tuvieron la noche anterior con Niña Rica.

—¡Me caso pasado mañana!

—¿Y tú ya?

—¡Ya!

—¿Y estás…?

—¡Sí! ¡Sí que sí!

Y las dos primas de fuera saltaban de emoción como unas niñas esperando su helado de fresa.

Todavía no sabían que Niña Rica había salido, y que empujando un carrito de supermercado había llegado al parque, y que ahora mismo estaba sentada en una banca hablando sola.

—¡Este pelo! voy a tener que plancharlo. —se quejó una.

—Nombre, nomás échate más espray. —decía la otra mientras se cepillaba los dientes.

—¿Cómo la ves con la prima? Se casa mañana ¿Y el novio?

—¿No aparece?

—No. La tía piensa que lo secuestraron.

—¿Ya pidieron rescate?

—No se sabe. Su familia está muy misteriosa. No dicen nada. Yo creo que ya soltaron la lana.

—“Soltaron la lana”, ¡qué lenguaje niña!

La tía aparece entonces.

—Creí que estaba aquí con ustedes. ¿A dónde se habrá metido?

Como respondiendo a la tía, se oyó, proveniente del corredor tras la puerta isabelina que la tía había dejado entrecerrada, una voz electrónica de walkie-talkie.

—Cuatrocientos cincuenta. Cambio.

—Cuatrocientos cincuenta. ¿Ubicación?

—El parque, frente al colegio de niñas.

—¿Sujeto en cuestión?

—La niña está bien, pero…

—Pero ¿qué?

 —Habla sola.

Las primas de fuera se apresuraron entonces; terminando su arreglo personal y apenas mordiendo los panecillos tostados que su madre -aquí la tía- les había preparado, se lanzaron a la calle.

Pronto llegaron al parque. La iluminada las saludó:

—Primas ¡Me caso! ¡Que me caso mañana!

De hecho, no fue difícil conducirla de regreso a casa, palacio de cristal y mármol, entre las primas de fuera y las dos sombras. La tía les esperaba en la entrada principal, adentro había conmoción.

—¡Grandes noticias! ¡Apareció!

—¿Vivo?

— ¡Sí!

—Me caso mañana.

—¿Y adónde apareció? ¿Dónde está?

—En Tijuana.

—¡Pero sí se casa mañana!

—¡Hay aviones!

—¡Me caso mañana!

Mientras tanto el muchachito llegaba al supermercado empujando el carrito con sus pantalones orinados.

Ahora la mamá de Niña Rica acompañada de la tía, su hermana, y las primas de fuera trataban de consolarla.

—¿Consolarme? No necesito consuelo: ¡me caso mañana!

—Hijita, llamó hace un minuto no va a poder llegar. Hay que posponer la boda.

—Si no llega, nos casamos por poder. Me caso mañana.

—Mi niña, eso no se aplica.

Toda la tarde estuvo repitiendo lo mismo. Como a las ocho el papá de Niña Rica llamó al doctor quien sugirió que se la llevaran a la clínica.

—¿Vienen por mí? ¿Para ir a la iglesia? Pero si yo me caso hasta mañana.

Al llegar a la clínica pataleó y mordió a una enfermera; tuvieron que inyectarle un sedante.

La mañana siguiente, ahora documentado en un expediente médico formal, amaneció mejor. Así lo reportó al doctor y así lo escribió en su nota.

            Como a las diez llegó su mamá. Ya no dijo: «Hoy me caso», solo preguntó:

—¿Llegó?

—No. — contestó su madre —Todavía no. — repuso.

Y Niña Rica volvió a mirar angustiosamente por la ventana.

A pesar de su melancólica apariencia, al tercer día en la clínica, el doctor, observando que no alucinaba y que parecía orientada en tiempo y espacio, decidió mandarla a casa.

La tía y las primas de fuera todavía estaban en el palacio de cristal, ahí se quedaban cuando venían de visita. Acompañadas por la servidumbre formaban en el gran zaguán -hall le nombraban- un comité de bienvenida para Niña Rica y sus padres. Antes de que llegaran surgieron los comentarios:

—¡Vestida y alborotada!

—¡Vestida y embarazada!

—¡Solo en su mente!

—¡Vestida y abandonada, pues!

—¡Sht, que ahí vienen!

Niña Rica saludó a su tía y a las primas de fuera con corteses palabras -de algo servían tantos años de academia- pero, tanto la tía como las primas advirtieron que aquel brillo iluminado de sus ojos ya no estaba. Notaron que no sostenía más que unos pocos segundos la mirada que se había tornado opaca. Así pasó entre ellos y subiendo la escalera provenzal que llevaba a la planta alta se encerró en su recámara.

—No está muy bien que digamos.

—No.

El papá de Niña Rica sintió entonces que debería comunicarles algo.

—Hablé por teléfono con él por más de una hora.

—¿Y que dijo?

—Pues que no viene. Es por su salud mental. Y de Niña Rica, por supuesto, no cree que pueda recuperarse.

—Pues ¿qué es psiquiatra, el cretino?

Siguen muchas malas palabras. Malas razones, les decían Niña Rica y sus primas cuando pequeñas.

—¡Calma! — dijo el papá— estas cosas pasan.

Todos miraron al suelo, menos la mamá, que no lo dijo, pero era fácil leerlo en su cara: «¿Por qué a ella? ¿Por qué a nosotros?» El papá, por su parte, rumiaba otro tipo de pensamientos: «Ahora me saldrá mucho más caro casarla».

No hubo muchas novedades después de esto en el palacio. Las primas de fuera volvieron —volaron— a sus lugares de residencia, lo mismo la tía. La paz había vuelto al palacio de cristal y mármol. Las sombras con sus .380’s y walkie talkies bebían tranquilos su café en el portal. Solo se oía a Niña Rica sollozar tras la puerta isabelina de su recámara en la planta alta del palacio de cristal y mármol.

Su segundo ingreso a la clínica ocurrió unas semanas después, cuando Niña Rica prendió fuego a su vestido de novia y por poco incendia el palacio de cristal y mármol.

 

 

 

 

Fructuoso Irigoyen Rascón, autor del Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor además de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Rarámuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

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