Dintel de Almudena
Hasta que la muerte nos separe
Por Almudena Cosgaya
La casa de Pepe y Alba se alzaba sobre las faldas del Cerro Coronel, sus ventanas miraban hacia la urbe. El viento siempre soplaba con una urgencia inquietante. Pepe, un hombre que siempre se había caracterizado por su risa contagiosa y sus esperanzas inquebrantables, ahora yacía en su silla de ruedas, atrapado en su cuerpo debilitado por los años.
El amor que una vez compartió con Alba, su mujer, se había desvanecido, reemplazado por una fría indiferencia, como si los años hubieran revelado los verdaderos sentimientos y las promesas ante el altar fueran solo recuerdos. Alba, antes una mujer llena de calidez y ternura, ahora mostraba un cabello plateado y unos ojos de hielo. Su transformación había sido gradual pero implacable; la dulzura de antaño se había convertido en una crueldad disfrazada de devoción. Cuidaba de Pepe con una meticulosidad que bordeaba lo despiadado.
Sus hijos, ahora adultos, rara vez los visitaban. Pepe ya había escuchado todo lo que ellos pensaban, los había oído murmurar en el pasillo, preguntándose cuánto tiempo más tendrían que soportar esta agonía. Alba los animaba, diciendo que sería pronto.
Una noche, mientras la lluvia golpeaba las ventanas, Pepe sintió una presencia en la habitación. Una figura oscura, apenas visible, se materializó junto a su cama. “¿Quién eres?” susurró Pepe, su voz temblorosa.
—Una vieja amiga. Soy Muerte —respondió la figura—. He venido a ofrecerte una elección.
Pepe miró a Alba, que dormía junto a él.
—¿Qué elección?
—La libertad —dijo la Muerte—. Puedo llevarte más allá de este mundo, liberarte de tu prisión de carne y hueso. Pero hay un precio.
Pepe guardó silencio por un momento, pasando su mirada de su mujer hacia las fotos de sus hijos, y supo entonces que no tenía nada que perder.
—¿Cuál es el precio?
—Tu historia —dijo la Muerte—. Tu vida, tus recuerdos, tus amores. Todo lo que eres. Dejarás de existir en este mundo, pero tu esencia vivirá en otro lugar.
Pepe miró a Alba una última vez. Recordó los días felices, los besos cariñosos, los sueños compartidos y los nacimientos de sus hijos.
—Acepto —dijo.
La Muerte extendió su mano y Pepe la tomó. La habitación se desvaneció, y Pepe sintió que su espíritu se elevaba. Alba despertó, pero no vio nada más que el lugar vacío.
En algún lugar más allá del tiempo, Pepe encontró la paz. Su historia se convirtió en un susurro, sus amores y luchas tejidos en el tejido del universo. Y en la casa junto al cerro, Alba continuó su vida, sin saber que su esposo había escapado de su cruel dominio. Ahora ella es atormentada por sus propios fantasmas, y sus hijos le hicieron lo mismo que a Pepe.
No hay peor castigo que una conciencia intranquila y susurrante, que no guarda silencio. El viento en la casa del Cerro Coronel sigue soplando, llevando consigo los secretos de aquellos que ya no están.
Muy intrigante gracias por compartirbá1
Excelente escrito… Excelente enseñanza… Felicidades.
Excelente 👌