El Café Calicanto. Jesús Vargas Valdés

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El Café Calicanto

 

 

Por Jesús Vargas Valdés

 

 

Hoy es el día y por lo que se siente vamos a disfrutar de clima agradable. Algunas personas que leyeron la invitación preguntan cuál es el motivo de esta reunión. Se puede responder de distintas maneras y motivos, pero solo hay uno: provocar el encuentro de un conjunto de personas que estuvieron en el Café Calicanto sirviendo, atendiendo a cientos de comensales que acudían porque disfrutaban del oxígeno que se respiraba en aquella pequeña isla ocupada por enormes naranjos y toronjos, por la gran parra que se extendía sobre los arcos de la entrada; de los guisos, los sotoles; de la variedad musical de cada día, de las ocurrencias del mimo, de la originalidad y entrega de los músicos, algunos de los cuales afirmaban que era el espacio donde se expandía con fuerza su arte.

Recuerdo bien el día que el trovador Héctor Márquez dijo que era un lugar con magia y, de ahí en adelante otros, como Jesús Bell, David Gómez, Ulises, Víctor, lo expresaron a su manera mientras Marcela y yo concedíamos.

Cuando se me daba algo de inspiración me ponía a pensar en las historias atrapadas en el pasado de aquellos muros, aquellos techos centenarios que habían acogido muchas vidas, habían guardado en su antigua cocina, en su sala, en sus recámaras, las emociones de sus originarios habitantes; los gritos y las risas de niños, las tristezas y anhelos de los mayores; tal vez algo de eso era lo que se alcanzaban a percibir los comensales que acudían a disfrutar cada noche de Calicanto.

Uno de los «problemas» (utilizo comillas porque no lo asumimos así) fue el piso, donde más de cuatro se dieron el azotón. No muchas personas se enteraron de que tal piso estaba formado con placas que en sus mejores tiempos habían formado parte de los monumentos del antiguo Panteón de la Regla; en algunas de esas placas todavía se podían leer datos de sus ocupantes. Nunca se me ocurrió preguntar a don Francisco, el dueño, cómo habían llegado hasta ahí. ¿Serían las ánimas de los antiguos ocupantes lo que hacía mágico el lugar, tal como lo expresaba Héctor Marquez?

Así es, esta reunión se convoca de manera espontánea, sin más intención que juntar a los jóvenes (de hace treinta, veinte y diez años) quienes, de manera sencilla, informal y gozosa formaron parte de una empresa diferente, donde cada quien podía asistir como le diera la gana, me refiero a vestimenta, con niños, con mascotas, despeinado, con guaraches, etcétera.

El Calicanto dejó en sus cuatro socios entrañables experiencias. Una empresa que casi llegó a los veinte años dejando una estela de recuerdos y emociones de todo color, incluso recuerdos negros, que los hubo, porque no faltaron clientes que no se sintieron bien atendidos, pero fueron escasos.

Y para que lo tomen en cuenta: si algunos de los clientes desean vivir la experiencia, considérense invitados. Hay lugar. Solamente pediría que se sumen a la dinámica autogestiva, es decir, que lleguen con algo para compartir.

(La reunión de la que habla esta crónica se realizó en meses pasados).

 

 

 

 

Jesús Vargas Valdés estudió la carrera de biología en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Es coordinador del Programa Biblioteca Chihuahuense. Publica la página cultural La fragua de los tiempos y es autor de varios libros, entre ellos: Madera rebelde (2015), Consuelo Uranga La Roja (2017), Villa bandolero (2018) y Nellie Campobello Mujer de manos rojas (2020), este último en coautoría con Flor García Rufino.

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