Octopus. Fructuoso Irigoyen Rascón

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Octopus

 

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

 

Rix siempre estaba consciente de su defecto, como no iba a estarlo: todos los pulpos tienen ocho brazos y él tenía nueve. Cuando llegaba a la pulpoteca, las muchachas ‒pulpos de su misma edad primero no lo notaban, pero ‒¡cómo son las muchachas lo mismo pulpitas que humanas! ‒, una comenzaba el cuchicheo:

—¡Mira, tiene nueve brazos!

Alguna lo encontraba divertido:

—¡Qué rico habrá de abrazar!

Y otra lo encontraba monstruoso.

—¡Huy! ¡Que asco.

El resultado total era más bien negativo. Rix había de esforzarse para ser más agradable, más amable, más confiable. Y como sucede entre los humanos, el que no es, y trata de ser es visto normal por los demás, parece por lo menos como afectado si no como falso. Digamos que Rix algo sufrió debido a su peculiaridad.

El anciano doctor pulpo daba una larga y complicada explicación sobre el defecto de Rix:

Como todo mundo sabe, los pulpos tenemos ocho brazos, que no tentáculos como según la enciclopedia los que no saben de moluscos los llaman. No por nada su nombre en muchos idiomas es octopus. Pero lo que solo unos pocos sabemos es que los pulpos tenemos una gran capacidad de regeneración, es decir, si perdemos un brazo ‒por ejemplo si se lo come un tiburón‒ uno nuevo nos crecerá. Yo creo que Rix de pequeño perdió gran parte del brazo y generó uno nuevo, pero el pedacito que quedó ‒el muñón‒ creció de nuevo y así Rix terminó con nueve brazos.

Cuando Aleta, la mamá de Rix oyó la teoría del doctor, su reacción fue casi violenta:

—¡Ese viejo qué sabe, chocheaMi Rix nunca perdió ningún brazo. Como ya nadie va a verlo (lo consulta) se dedica a inventar cuentos. 

El papá, un tanto ofendido por el comentario de su esposa, ya que era casi de la misma edad que el doctor, saltó:

Todavía tiene muchos pacientes. Les da lo que los médicos jóvenes no tienen: tiempo.

 

Alguna vez el tener nueve brazos costó a Rix más que la pura vergüenza, su noveno brazo le daba, al nadar como lo hacen los pulpos abriendo y cerrando con fuerza sus ocho brazos formando algo así como un jet que los impulsa hacia adelante con gran velocidad, el tener un brazo extra le daba a Rix una ventaja. Sabiendo esto quiso participar en una carrera que los pulpos jóvenes celebraban cada seis meses, pero los jueces inmediatamente lo descalificaron precisamente por su brazo extra.

Esa noche no volvió a su grieta-casa en el arrecife sino que nadó y nadó hacia el mar abierto hasta cansarse. Fue una suerte que Libor, el tiburón blanco, no lo viera ni lo oliera, hasta ahì hubiera llegado su vida. De hecho Rix lo pensó y dejó de forma inconsciente salir un poco de tinta que rápidamente se desparramó y se perdió en el océano. La tinta es un arma defensiva muy eficaz en el arrecife, pero no tanto en el mar abierto.

 Más peligroso que Libor eran los pulperos. Aparecían en la noche, sus lámparas se veían desde arriba del arrecife que sobresalía del agua como luciérnagas que rebotaban en las rocas. No se veía desde ahí lo que pasaba bajo el agua, cómo los pulpos eran ensartados en los arpones de los pulperos y sacados así de sus casas-grietas, metidos en redes que cada pescador llevaba consigo. De ahí irán a diversos establecimientos ‒llamados restoranes de mariscos‒ para convertirse en delicias para los humanos: pulpo zarandeado o al ajillo o al mojo de ajo o pulpo en su tinta o ceviche de pulpo u otras formas de cocinarlos. Así se fueron los papás de Rix, sus hermanos y sus hermanas. Triste destino. Podría aventurarse uno a decir que la velocidad extra proporcionada por su noveno brazo le había permitido eludir hasta entonces los arpones de los pulperos, pero no era así. ¡Pura suerte!¡Suerte pura!

Algunos piensan que la muerte de Rix fue un suicidio. Causas le sobraban, los pulperos se habían llevado ya a toda su familia y sobre todo a aquella pulpita de su corazón, al menos de uno de sus tres corazones. Si no fue suicidio, qué hacía él en aquella grieta que no era la suya justo en el lugar que los pulperos preferían en sus excursiones nocturnas para diezmar la colonia de pulpos. El caso es que aquella pulpera, de cuerpo atlético y gran nadadora como todos los pulperos apuntó aquella noche el rayo de luz de su lampara hacia su cabeza y enseguida le ensartó limpiamente. La bella pulpera se dio cuenta entonces que Rix tenía nueve brazos.

Mejor no lo diré, no me lo creerían.

Sin embargo lo pensó mejor. «Tal vez el Museo de Ciencias Marítimas me pague más que el restorán de mariscos por este raro ejemplar«. Y así fue. Hoy día puede uno ver a Rix en el museo en un bloque de plástico transparente (resina acrílica) La cabeza traspasada por el arpón ha sido ‒casi como por cirugía plástica‒ diligentemente restaurada y los nueve brazos colocados de manera que el visitante puede contarlos y asombrarse todo lo que quiera de esa rareza. El letrero justo al pie del bloque de plástico anuncia:

 

Octopus vulgaris.

Ejemplar único con nueve brazos.

Procedente de Baja California, México.

 

¡Qué pena Rix! Tu nombre ha sido olvidado para siempre.

 

 

 

 

El famoso médico y explorador Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, avisa que acaba de aparecer su nuevo libro, Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores, publicado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. En el colofón dice que la edición es de 2019, sin embargo, a causa de la pandemia, apenas acaba de salir de imprenta este agosto de 2021.

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