Los siete apóstoles. Jaime Chavira Ornelas

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Los siete apóstoles

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

El bosque se extiende en todas direcciones, los pinos y abetos deben ser parientes cercanos, pues son muy parecidos unos a otros; el sol debe estar en el zenit, pero solo puedo ver su reflejo en el limpio cielo azul. Doy un respiro profundo y mis pulmones se hinchan en el vasto oxígeno.

El autobús me dejó en la orilla de la carretera y seguí la vereda según me indicaron Pablo y los seis apóstoles; aún no he podido llegar a la cabaña y llevo caminando más de dos horas, pero no me importa pues entre más me adentro en el bosque mi sentimiento de libertad es más grato; hay pájaros de todos tamaños y colores, mariposas, una que otra ardilla y el ambiente es real y pacífico.

Hacia diez años, tal vez más, los apóstoles y yo venimos varias veces. Lo de “apóstoles” fue desde el cuarto año de primaria hasta el bachillerato, cuando nos separamos para ir a diferentes carreras. Pablo, Santiago, Juan, Andrés, Tomas, Mateo y yo éramos inseparables, pero pasó el tiempo y perdimos contacto, hasta que nos volvimos a comunicar por las redes sociales y eso me llevó ahora a ir caminando para reunirnos en la cabaña de Pablo. La vereda terminó hace rato y ahora solo voy al norte según, me lo indica mi brújula. Ya está anocheciendo y tengo que acampar, pues no veo señas de la cabaña.

La noche sin luna y el cielo cubierto por los pinos contribuyen a que la sensación de libertad y paz se desvanezca y que mi sentido de alerta ande al máximo, pues me siento presa fácil y no formo parte de este nocturno ambiente. Los pinos asemejan a seres danzantes, ya no son verdes, son negros y amenazantes. Encuentro una pequeña Cueva, un recoveco que será mi refugio. Limpio, junto leña, me alumbro con la linterna de mi celular, prendo el fuego y esto cambia el ambiente: es purificador e inyectan optimismo y sosiego las llamas de buen tamaño, calientan el recoveco.

Saco las latas de comida y mi bolsa de dormir.

Amanece, dormí bien, pero el cansancio aún perdura en mi cuerpo. El fuego se extinguió y solo quedan cenizas, el amanecer arrogante me consuela de mi cobardía y me hace ver lo frágil de mi presencia en medio del imponente bosque. Preparo la mochila para seguir y llegar a la cabaña, checo mi cellular, está por acabarse la carga y aún no hay señal. Ya he caminado más de tres horas por una estrecha vereda. Llego a un claro y no muy lejos puedo ver un río caudaloso y de pronto me siento inquieto y dudoso de ir al río, veo a mi alrededor pues siento que soy observado, pero no veo a nadie, me libero del peso de la mochila y la pongo al lado de un pino, afino la vista y trato de concentrar mi visión en mi alrededor y al mismo tiempo me cambio de lugar varias veces, por un momento me siento ridículo haciéndolo pero ahora estoy seguro que alguien me observa, logro subirme a un pino para tener una mejor vista del entorno, de pronto me siento muy mareado.

Estoy fuertemente agarrado de un par de ramas, pero mis piernas están de un lado a otro como si fueran de trapo, ya mis manos no aguantan y estoy a punto de caer. Solo pienso en caer de la manera más apta para no lastimarme y me suelto de las ramas, salgo impulsado y veo el cielo de un extraño color marron, luego otros pinos como pintados en un cuadro irreal y caigo como un saco de huesos quebrados, todo queda en silencio y oscuro, un color negro que nunca había visto. De repente veo un rostro blanco brillante que me dice algo, pero no le entiendo, me levanta y me recuesta en un lugar más cómodo.

Hay pequeños ángeles de colores volando alrededor, sus rostros están brillantes y todos tienen cuatro grandes alas, pienso que estoy muerto, pero es imposible que esto sea el cielo en su inmensa gloria (como decía mi abuela) pues solo de niño rezaba y ya de adulto nunca más volví a creer o hablar de cualquier divinidad o religión ¿cómo entonces es esto posible?

Los ángeles se posan en mi rostro y son muy livianos pues solo siento cosquillas en la nariz. De pronto todo es oscuro y silencioso de nuevo, mi cuerpo flota y no siento dolor alguno. Abro los ojos y veo el abeto gigante, trato de levantarme y mi pierna derecha se niega a moverse; levanto la cabeza y observo mi cuerpo, busco a los ángeles y solo veo luciérnagas en el tronco del pino bajo los rayos del sol calentándose. Me recargo en el tronco, el dolor de mi pierna aparece y me hace gritar, me toco la pierna muy suavemente y no tengo hueso roto, solo la pierna lastimada; logro incorporarme y cojeando busco la mochila, está bajo el pino, observo alrededor y sigue tan solitario como antes de caer del pino, el río caudaloso a lo lejos me ofrece cierta esperanza.

Analizo la situación detalladamente y llego a la conclusión de que Pablo y los apóstoles me jugaron una mala broma, tan mala que estoy perdido sin comunicación, el celular está muerto y nunca hubo señal. Está cayendo la tarde y con la pierna lastimada me espera una mala noche, pero saldré de esta a como dé lugar, pues mi vida ha sido como la de muchos: vencer retos y enfrentar las consecuencias de mis errores; ahora se trata de supervivencia, debo convertirme en parte del bosque y emplear mis sentidos al máximo para tomar la decisión correcta en cada reto y obstáculo que se me presente. Pablo y los apóstoles lo hicieron esto muy a la ligera, tal vez para pagarse cuentas pendientes del passado. Por mi parte, caí como un niño inocente en su estúpido juego. Ya es casi de noche y logro juntar suficiente leña, mi pierna duele, pero mi entusiasmo es más fuerte.

Pase una noche eterna, parecía que nunca llegaría el amanecer. Las sombras flotaron toda la noche a mi alrededor, fue aterrador, pero amaneció y la claridad ahuyentó los fantasmas y sus danzas macabras junto al fuego. Me tiemblan las manos a pesar de que no tengo frío, debo de reponerme para hoy salir de este lugar.

Trato de ubicar en donde estoy exactamente, siempre he caminado hacia el norte, mi pensamiento está ahora en la carretera y por fin logro saber dónde estoy. Si regreso al sur, debo llegar a la carretera en un par de días, pero primero debo construir una muleta para poder caminar con la pierna lastimada. Con una rama de buen tamaño y grosor voy caminando, en la mochila ya me quedan pocas cosas así que no está tan pesada como al principio, debo avanzar lo más que pueda para llegar a la Carretera.

Dejo atrás el rio y poco a poco agarro ritmo, es extraño como suceden las cosas y como la malicia crea situaciones extremas, siento coraje y al mismo tiempo cierta compasión por Pablo y los demás, pues éramos como Hermanos, tuvimos incontables aventuras, pero a la distancia y el tiempo tal parece que esa hermandad y amor fraterno desapareció.

Ahora aquí, en este extenso bosque avanzo sin la certeza de poder llegar a buen puerto. He caminado por dos horas y este paraje se me hace conocido, ya esta cayendo la tarde y muy pronto lllegará la noche, de pronto escucho el caudal de un río: para mi sorpresa es el mismo río, regrese al mismo punto de partida.

Junto leña, me siento agotado y con una gran angustia, no sé si tendré el valor de enfrentar de nuevo los espectros nocturnos y esos ojillos brillantes que me siguen en cada paso: creo que son un trío de lobos, pero debo seguir con la esperanza de poder salir a pesar de que todo esta en mi contra.

La noche cubre todo, el fuego baila con movimientos rituales y parece mas vivo que las noches anteriores; veo los ojillos brillantes a lo lejos moviéndose en círculos y los espectros aparecen con sus rostros flotando a mi alrededor, veo luces que me llaman y pienso: son los espectros.

Escucho que me llaman.

―Pedro… Pedro.

Las luces me invaden y ahora escucho todas las voces

―Pedro… Pedro, despierta.

No me atrevo a abrir los ojos, pero los rostros están dentro de mí. Al borde de la locura logro abrir los ojos y veo el rostro de Pablo. Creo que estoy alucinando, pero el abrazo de Pablo y sus palabras me regresan a la cordura, volteo y veo a los apóstoles frente a mí y todos se abalanzan llenos de gusto y me abrazan gritando:

―Estás bien, Pedro. Gracias a Dios que estás bien

No se aun si estoy soñando o es real lo que estoy vivo.

Entre recuerdos y luego de ponernos al día, los apóstoles y yo platicamos hasta el amanecer. Nos reímos, parecíamos los mismos niños de siete años recordando cómo crecimos y nos hicimos adultos. Somos los mismos, pero con años a cuestas. Dudé de su lealtad, dudé de su sincera amistad, pero en realidad dudé de mí y culpé a otros de mis debilidades. Este bosque soltó mis monstruos nocturnos, mis obscuros miedos, pero sobre todo me mosgtró lo frágil y vulnerable que soy.

Pasamos dos semanas increíbles.

Ahora de nuevo en casa, con mi esposa y mis hijos, espero la noche de nuevo.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es administrador de negocios, logística, control de almacenes, importación y exportación, cursos de linguística e inteligencia emocional, grado de vendedor oro por GMC. Actualmente pensionado por el IMSS.

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