Anita niña maravilla. Novela seriada, episodio 9. Episodio final. Fructuoso Irigoyen Rascón

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Anita niña maravilla. Novela seriada, episodio 9. Episodio final

 

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

 

―La encontraremos –repitió el detective.

―¡Dios lo oiga! ―musitó Aurora.

  «Sí Dios lo oiga y ni siquiera un café me ofrecieron» ―pensó Godínez levantándose con gran esfuerzo del sillón en que se había apoltronado, mirando el confitero con los pistachos recubiertos de chocolate por última vez.

Cualquier cosa y llámenme. A cualquier hora. Mi teléfono está en la tarjeta.

 

 

VIII

No es necesario describir cuanto sufren los padres de una niña desaparecida y de la cual no se sabe absolutamente nada de su paradero.

 

 

IX

―¡Aló! Soy Ricarda. ¿Cómo?, ¿qué?, ¿cuándo? No, no había llamado… no había oído su mensaje… andaba fuera de la ciudad… no, no sé donde está… no, desde mi visita… con los pistachos… ¡uy! ¡pobre Anita!… avísenme cómo puedo ayudar… sí, hasta luego.

 ―¿Y ahora qué?

No, teniente, después de ella nadie ha llamado. Sí, seguiremos al pie de la letra sus instrucciones si alguien llama pidiendo un rescate.

 Hablando de rescates, Aurora había rescatado a Robi, que se encontraba arrumbado en el desván y sentada en el sillón junto a la Ventana. Lo abrazaba con fuerza. También lloraba. Por su parte, el perro de Anita trataba de atraer su atención sin lograrlo. Los niños competían también por su atención ―de ella, no del perro― con el mismo resultado.

 ―Llévense al perro.

 ―Se llama Rocky.

 ―Llévense a Rocky.

 ―Sí, mamá.

 

―No es que mamá no los quiera, es que está preocupada, atormentada, por Anita.

Aurelia entendió las dos palabras, Alberto solo la primera.

 

 

 

 X

Al otro lado del lago, en la colina, estaba la casa. La cual, a pesar de su gran tamaño, apenas se distinguía en lo alto. De lejos era apenas un pequeño promontorio, una mínima protuberancia en la cima de la colina. Más notable a la distancia era la corona de cipreses que la rodeaban. Subiendo desde el muelle en la laguna, que es como se llegaba a la casa, podía uno escoger entre una vereda recta que iba directamente a la casa, pero que era de cansarse y sudar, y otra que serpenteaba por la falda de la colina, que era descansada aunque tomara el doble de tiempo llegar a la entrada principal de la casa. También para llegar a esta había que franquear un portón que se encontraba habitualmente cerrado. Los campesinos de los alrededores sabían que casi nunca había gente en la casa. Ya al otro lado del portón se encontraban varios arbolitos con comederos para pájaros pendientes de sus ramas.

 Había también en ese mismo espacio un par de casitas para perros que, como la casa grande, ordinariamente estaban vacías. Lo que de hecho era el jardín, estaba un tanto descuidado.

La fachada estaba pintada con colores “tierra” que recordaban los de las casas provenzales que tanto gustan en Italia y los Estados Unidos. Las ventanas protegidas con elaboradas rejas de hierro de puro estilo mexicano. Y, algo extraño y peculiar: vidrios ahumados que no dejaban asomarse y ver que había en el interior.

Aquel día sí había alguien en la casa. Un automóvil azul había llegado ya tarde la noche anterior y dos personas habían abordado el botecito en el muelle del otro lado del lago; cruzando este habían accedido a la casa usando el camino largo. Nadie los vio, solo los oyeron. Se supo que habían entrado en la casa, pues a pesar de los cristales ahumados se podía saber que habían encendido la luz:

No estés triste, ésta es tu nueva familia.

Tal vez la nueva familia sí le creería que se paró en la cuna y en el suelo. Y que alguien había gritado “¡se cayó Anita!” Y que desde entonces no se volvió a parar. Y que no volvería a suceder que su madre, ni nadie más, la privaran de su escuela querida, de sus amigos. Y menos que la pusieran otra vez con niños que no podían hablar y que ni siquiera lo intentaban. Y que ni la querían.

Por otra parte sabía que ‒tarde o temprano‒ la encontrarían y que tendría que volver allá, pero mientras tanto ¿por qué no? se entretendría explorando la casa y su “nueva familia”. Aquí no estaba Rocky, ni sus hermanitos, pero había un gato persa de cara chata y vendría una señora ‒muy amable‒ a estarse con ella y cuidarla. Estaba ya por llegar.

Aquí estarás mucho mejor. .

Sí doctora.

 

 

Fin

 

 

 

 

 

El famoso médico y explorador Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, avisa que acaba de aparecer su nuevo libro, Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores, publicado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. En el colofón dice que la edición es de 2019, sin embargo, a causa de la pandemia, apenas acaba de salir de imprenta este agosto de 2021.

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