Dintel de Almudena
El viaje entre realidades
Por Almudena Cosgaya
La penumbra envolvía la estación de tren en la que Itatí, Rosa, Andrea y Almu se encontraron atrapadas por las hebras de un sueño misterioso. Benjamín, un enigmático enfermero y maestro de secundaria, se convirtió en su guía a través de este viaje hacia lo desconocido. Juntos, se embarcaron en un vagón de tren que los transportó a través de los límites de la realidad, desencadenando una serie de eventos inexplicables.
Al descender del tren se encontraron en un lugar que desafiaba la lógica y la razón. Una misión resonaba en sus mentes: encontrar el camino de regreso o bien, el despertar. Su búsqueda los llevó a un hospital sombrío, donde Benjamín debía recuperar algo esencial. Pero la realidad se distorsionó cuando se enfrentaron a unas básculas misteriosas. Rosa y Andrea se atrevieron a subirse y luego se quejaron de un peso insignificante de apenas 12 kilos, sumergiéndolos en una realidad absurda.
El enigma se intensificó cuando una multitud emergió de la nada, moviéndose como una entidad colectiva, una sombra que oscurecía sus intentos de desentrañar la verdad detrás de su peso desproporcionado. La verdad, una visión aterradora para muchos, era como presenciar una horda de muertos vivientes.
De repente Benjamín apareció, transformándose en un superhéroe al rescate. Juntos descendieron a las profundidades del área de estacionamiento e ingresaron al vehículo que su guía les había señalado.
El viaje se volvió una odisea de incertidumbre y anticipación que los condujo hasta el umbral de la casa secreta del tío de Andrea. Esta morada, un enigma envuelto en sombras, era más que una simple casa; era un laberinto de pasadizos oscuros, cada uno susurrando secretos antiguos y olvidados. Los corredores serpenteaban como un río subterráneo, llevándolos más y más profundo en el corazón de la mansión.
En lo más recóndito de la casa, donde la luz se desvanecía en leyendas, descubrieron un artefacto peculiar. Era una caja de aspecto antiguo, tallada con símbolos indescifrables y sellada con un candado de hierro forjado, pero extrañamente este cedió al contacto de Andrea. En su interior, protegida como un tesoro, yacía una llave solitaria.
Luego del hallazgo, en un rincón tranquilo de la casa, Itatí asistía a Benjamín en sus tareas. Sus voces se mezclaban con el eco de la mansión, creando una melodía de normalidad en medio del misterio. Andrea, por su parte, buscaba un vínculo con su madre en otro plano, pero le resultaba difícil atravesar el velo entre los mundos.
Rosa y Almu, inmersas en su propio mundo, se encontraban absortas en la revisión de antiguos libros. Sus dedos recorrían las páginas amarillentas, sus ojos devoraban las palabras escritas hace mucho tiempo, buscando respuestas en los textos olvidados. Y tal vez ya habían conseguido más conocimiento del que habían imaginado.
Como un trueno en la quietud, las advertencias resonaron con un eco ominoso, llenando el aire con un presagio. De las sombras, el tío de Andrea emergió, su figura fantasmal apareciendo de la nada. Con una voz grave y llena de urgencia señaló que solo tenían una oportunidad para regresar, pero debían apresurarse.
Tras indicarles el camino a seguir, tomaron toda su valentía pues la única salida era un túnel oscuro, un abismo que parecía tragarse la luz y la esperanza. Estaba infestado de insectos y criaturas que desafiarían incluso las pesadillas más oscuras, sus formas retorcidas y grotescas apenas visibles en la penumbra.
Con sus corazones a tope y millones de sensaciones por todo el cuerpo, finalmente emergieron en un edificio imponente, sus rostros empapados de sudor y las pulsaciones en su pecho marcando el ritmo incierto de su odisea. El edificio se alzaba como un titán de piedra, su presencia dominando el paisaje circundante.
Sin embargo, la desaparición repentina de Benjamín dejó un eco misterioso que retumbaba en sus pensamientos. Su ausencia era como un enigma sin resolver, una pieza faltante en el rompecabezas que estaban tratando de completar.
Cuando el miedo y la exaltación alcanzaban su punto máximo, una puerta de apariencia vieja y fantasmal apareció frente a ellas. Parecía surgir de la nada, su presencia tan inesperada como inquietante.
En sus manos, la llave de apariencia arcaica y extraña revelaba un propósito ambiguo. Tenían la tarea de abrir una puerta, pero la incertidumbre de lo que aguardaba detrás de ella era casi abrumadora. ¿Qué secretos ocultaría? ¿A dónde podría llevarlas? Solo cruzando lo sabrían.
La incertidumbre se cierne sobre ellas como una nube oscura. La intriga persiste, un hilo constante que teje su camino a través de los pensamientos mientras enfrenta un futuro turbio. Este futuro está marcado por las revelaciones inacabadas de este sueño enigmático, cada detalle un rompecabezas que espera ser resuelto.
La sombra de Benjamín, aunque ausente, se cierne sobre el grupo. Su silencio es un eco en sus mentes, tejiendo un manto de misterio que persistirá más allá de los velos del sueño eterno. Su desaparición es un enigma, una pieza faltante en el rompecabezas de su aventura.
Mientras se adentran en la oscuridad del portal, la puerta se cierra detrás de ellas con un eco sordo. La única luz proviene de una linterna temblorosa, justo al final del camino. Con cada paso que dan, el misterio se profundiza, y la historia continúa, esperando ser descubierta en el próximo capítulo de su viaje.
―¡Andrea! ¡Tus ojos!
Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.
Excelente escrito… Muchas felicidades, me hiciste volar la imaginación…
Espero con gusto el próximo capítulo…
Muy buena