Ellos no escriben versos… Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

Ellos no escriben versos…

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Ania vivía en una casa antigua, un lugar sombrío en el corazón de un bosque silencioso. La casa parecía haber sido testigo de innumerables sufrimientos a lo largo de los años. En ese rincón olvidado los lamentos del pasado se entrelazaban con el presente de formas aterradoras.

Desde que Ania se mudó allí, había notado algo perturbador: ocasionalmente veía a los muertos: figuras pálidas y espectrales se deslizaban por las sombras de la casa, sus ojos vacíos reflejando un sufrimiento intenso y murmullos llenaban el aire con un eco lúgubre. Eran almas en pena atrapadas en el limbo entre los mundos de los vivos y los muertos. Al principio, las apariciones habían hecho que su corazón se acelerara, llevándola al borde del desmayo, pero Ania era una mujer valiente.

Mientras acariciaba a Serafín, su gato, decidió que era hora de enfrentar el misterio que envolvía su hogar. Comenzó a investigar la historia de la casa y lo que descubrió la llenó de escalofrío. La morada había sido propiedad de una familia atormentada por tragedias a lo largo de generaciones.

Mientras Ania profundizaba en la historia, los encuentros con los espíritus se volvieron más intensos. Las noches se llenaban de lamentos y los rostros de los muertos la acechaban desde la sombra. Cada vez que cerraba los ojos, veía imágenes de sufrimiento que habían ocurrido en ese lugar. Pronto su rostro también se oscureció, como si la casa estuviera extrayendo lentamente su vitalidad, un depredador acechando a su presa. Cada día que pasaba, Ania sentía cómo su energía menguaba, como si la esencia de su ser estuviera siendo consumida.

Una noche, cansada de los ruidos, decidió tomar su lampara y a Serafín para explorar el ático de la casa. Descubrió un antiguo diario perteneciente a la primera dueña de la casa, una mujer llamada Nubia. En las páginas amarillentas Nubia describía visiones espeluznantes y extrañas apariciones que habían acosado a su familia desde que había encontrado una hermosa caja de manera en cuyo interior se encontraba un anillo de oro y plata.

A medida que Ania leía las palabras de Nubia, comenzó a sentir una presencia que se cerraba a su alrededor. Las sombras en el ático cobraron vida, retorciéndose y tomando forma. Nubia misma emergió de la oscuridad, un espectro atormentado con ojos que brillaban con furia sobrenatural.

Nubia le habló en un susurro escalofriante, revelándole la verdad: la casa era un lugar maldito, un imán para las almas atormentadas que habían sufrido en su interior a lo largo de los años. Ania comprendió que era parte de esa maldición, condenada a vivir en una prisión de sombras por haber liberado el poder de aquel anillo.

Desesperada por liberarse de la maldición, Ania comenzó a buscar una manera de romper el ciclo de sufrimiento que había atrapado a su familia y a ella misma. Con la ayuda de Nubia, se aventuró en las profundidades de la casa buscando respuestas en un rincón olvidado… el sótano.

Lo que encontraron en las entrañas de la casa fue más aterrador de lo que jamás habrían imaginado. La maldición tenía raíces profundas en la sangre y la tragedia. Ania y Nubia se enfrentaron a horrores inimaginables mientras luchaban por liberar a las almas atormentadas y poner fin a la maldición de la casa.

La batalla final fue una lucha desesperada entre la luz y la oscuridad, donde los muertos clamaban por venganza y las sombras se cerraban amenazadoras. Al final, Ania logró encerrar el anillo en su antigua caja de madera y finalmente pudo romperse el ciclo maldito, liberando a las almas atrapadas y poniendo fin a la pesadilla que había acosado a todo morador durante generaciones.

La casa en el bosque silencioso volvió a la quietud y Ania finalmente encontró la paz que había buscado durante tanto tiempo. Pero en el rincón más oscuro de su mente sabía que las sombras y los muertos nunca desaparecerían por completo. En ocasiones aún ve muertos, pero ahora lo hacía con una comprensión más profunda y una valentía inquebrantable.

Finalmente, ellos no escriben versos.

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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