Hace apenas diez días que vi por primera vez este libro impreso. Leo Zavala

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Hace apenas diez días que vi por primera vez este libro impreso

 

 

Por Leo Zavala

 

 

Hace apenas diez días que vi por primera vez este libro impreso. Cuando lo tuve en mis manos sentí una emoción inefable, de esas que solo pocos pueden experimentar.

Temprano, la mañana de ese aún cercano lunes, con la frialdad de algunos como los ginecólogos o pediatras cuando entregan un recién nacido, los empleados de la imprenta, acostumbrados también a entregar fríamente sus productos, de una de las decenas de cajas extrajeron un ejemplar y me lo dieron mientras mis manos temblaban. Me sentí como creo que se siente una madre cuando recibe a su hijo recién nacido, y disfruté enormemente la soledad del momento.

Unos días atrás yo estaba ausente de la ciudad y mi hijo Luis Leonardo me insistía en ir él a recoger las cajas de libros. Mi respuesta fue un tajante no, pues yo los quiero recoger personalmente, y le cuestionaba: ¿acaso cuando tú naciste yo mandé por ti a que alguien te recogiera en la clínica?

Esto viene al caso porque todavía conservo la emoción inicial de ver este que es mi quinto producto editorial. Es una emoción que estoy disfrutando al máximo en esta noche singular, que le dice adiós al verano y le da la bienvenida al otoño.

Hoy es la noche de la presentación en sociedad de A la vera del camino.

Quizá muchos de nosotros hayamos vivido la experiencia de sentarnos en la banca de una plaza, de un parque; o de estar en una esquina, o en cualquier calle o camino, observando con detenimiento e interés a los demás, no en una actitud de crítica, no para señalarlos, sino observando sus reacciones, imaginando sus pensamientos e intenciones, preguntándonos acerca de sus esfuerzos, sus tristezas, sus decepciones o sus ilusiones. Si además queremos aprender de ellos, podríamos estar abrevando gratis de una y mil lecciones de vida que todos los días se suceden, en todas partes.

Observar: eso hacían los antiguos; eso hacen los rarámuris, que nos miran, nos observan y saben en qué imitarnos y en qué evitarnos.

A la vera del camino es la sucesión de crónicas y relatos de quien ha visto y oído, dejándose seducir por su capacidad de asombro.

Hace dos años, cuando la pandemia empezaba a ceder, comencé a vaciar en letras las lecciones y emociones que por años acompañaron mi vida, que ha sido abundante en buenos ejemplos y testimonios de quienes se preocupan por darle sentido a su existir.

Jóvenes y viejos, mujeres y hombres, poderosos y humildes, todos vivimos el día a día, pero en esa dinámica se corre el riesgo de convertirse en una vorágine de actividades e impedirnos descubrir la generosidad, el heroísmo y la ontología de las pequeñas cosas, haciéndolas invisibles, insignificantes.

Sufrir la enfermedad, cuidar un enfermo, amar a una madre, admirar a un padre, ilusionarse con el amor juvenil, conformarse con el amor platónico, buscar la felicidad, luchar por la justicia y la verdad; vivir la violencia doméstica, enfrentar el duelo, ejercer el poder, descubrir la inequidad social, ser migrante, ser anciano, amar la poesía o disfrutar una copa de vino o una experiencia espiritual, forman parte de las pequeñas cosas cotidianas, a las que una especie de tsunami tecnológico amenaza con querer invisibilizar.

Claro que la tecnología es necesaria y conveniente, pero lo es solo en la medida que no deshumanice ni separe a las personas.

En ese afán de visibilizar las pequeñas cosas de la vida fue que empecé a convertir en relatos algunas de las historias que me ha tocado contemplar y aquilatar.

Tal y como afirma la crítica ecuatoriana Gabriela Polit, que “Toda escritura es una interpretación”, las que hoy presentamos son historias de la vida real, pero sus nombres, sucesos y desenlaces son muchas veces ficticios, aunque respetan siempre la enseñanza que dejaron al escritor.

Son 27 relatos narrados en primera, segunda o tercera persona, en los que el autor está al margen, convertido en cronista y observador.

Quien escribe está “A la vera del camino”, por el que pasan los diversos personajes tejiendo sus historias. Y en ese proceso el autor no pudo evitar la tentación de inmiscuirse y observarse a sí mismo convirtiendo en autobiográficas algún par de sus historias.

En la línea transversal de estos relatos subyace el tema de los valores, el perdón, la misericordia y su importancia en la dinámica existencial de sus personajes.

Me queda claro que todos vemos la vida con diferentes ópticas y que lo que a mí me llama la atención, a otros probablemente no. Por eso, puse especial esmero en escribir de tal forma que los relatos pudieran penetrar el alma del lector, y ofrecerlos como propuesta, como invitación a la reflexión, concitando su mirada por la otredad.

Si esta obra logra despertar en alguien la inquietud por ser menos indiferente a las necesidades de los demás, habrá cumplido su propósito, pues su aspiración, más que literaria, es humanística.

Aprovecho esta presentación solemne para subrayar un par de asuntos, o quizá tres:

Primero: en la página inicial de A la vera del camino aparece una dedicatoria que reza: “A las princesas Paula y Anahí”, que son mis dos hermosísimas nietas de 1 y 4 años recién cumplidos en su natal Monterrey.

Segundo: que la edición de este libro ha sido un esfuerzo totalmente autofinanciado por un servidor y mi familia, sin apoyo económico de ninguna instancia oficial ni empresa privada, excepto Casa Chihuahua. Ignoro si esta modalidad es la más adecuada, pero por ahora la prefiero a los sinuosos caminos de las instancias oficiales y a su exiguo apoyo presupuestal al arte y la cultura.

Tercero: que hemos cuidado que la comercialización de este libro no se convierta en un abierto acto de lucro, y ustedes lo advertirán en el bajo precio de venta, que es una tarifa para solo recuperar los nada bajos costos de producción editorial y el enorme esfuerzo intelectual.

En fin.

Este libro, que nació siendo como un hijo mío, a partir de esta noche me abandona y vuela, a la manera de los adolescentes que dejan la casa de sus padres en busca de nuevos horizontes; esos horizontes serán desde hoy, ustedes, amables lectores. Cuídenmelo, si pueden, si quieren.

Por cierto, aquí entre nos les pido esto: si el libro les gusta, por favor recomiéndenlo, pero si no les gusta, por favor quédense callados. No, no se crean, sí desean retroalimentarme. Pongo a su disposición mis contactos para recibir con interés sus quejas y sugerencias.

Y, bueno…

¡Vean ustedes qué lugar este que es Casa Chihuahua!, ¡qué belleza de instalaciones, y desde acá, al frente, se percibe la calidez y generosidad de todos ustedes que atendieron amablemente la invitación para acompañarme en esta velada.

Gracias pues…

Gracias a mi editora, la gran Gisela Franco De Andar, directora de Vía Áurea ediciones, por su profesionalismo y comprensión. Gisela tuvo a bien diseñar las viñetas que acompañan cada uno de los cinco apartados interiores del libro, con fotografías tomadas por un servidor.

Gracias a la querida maestra Martha Estela Torres Torres, poeta y novelista parralense, por regalarme el prólogo de este libro y colaborar para limar algunas asperezas sintácticas de su contenido.

Gracias al gran escritor mexicano Luis Jorge Arnau Ávila, que me hizo el honor de plasmar algunas de sus impresiones en la contraportada.

Gracias maestro Víctor Hugo Castillo Jurado, por engalanar tan exquisitamente nuestra velada con su arte y su guitarra.

Gracias Jesús Chávez Marín, amigo, por fungir como convencido animador mío en este sinuoso pero apasionante camino de las letras.

Gracias querido Gustavo Macedo, por tu desenfadada, fresca y juvenil manera de ver la vida, la literatura, la amistad.

Gracias queridísima Gabriela Gaby Servín Herrera, quien sufrió inimaginablemente al aceptar acompañarme en este foro, aduciendo nunca haber sido comentarista, y ya escucharon cuánta razón tenía yo en fijarme en ella para que nos diera sus impresiones.

Gracias al personal de Casa Chihuahua, que nos ayudó con gran diligencia y profesionalismo a que esta presentación se realizara con éxito.

Gracias a mi esposa y a mis hijos, que además de animarme en esta empresa, se esmeraron para ofrecer esta noche a ustedes el vino de honor que le sigue a este protocolo.

Gracias a todas y todos ustedes.

Gracias a Dios…   Gracias.

 

Zavala, Leo: A la vera del camino. Editorial Vía Áurea, México, 2023.

 

 

 

Leo Zavala es licenciado y maestro en derecho por la Universidad Autónoma de Chihuahua y el Instituto Internacional del Derecho y el Estado. Es profesor emérito de la Facultad de Derecho de la UACH. Fue reportero y editor en cuatro periódicos de Chihuahua, corresponsal de El Financiero de la ciudad de México y de La Opinión de Los Ángeles. Fue también productor y conductor de noticieros en Organización Radiorama de Chihuahua. Fue director de Vinculación Institucional, titular de la Unidad de Información y secretario técnico de la Junta Directiva de Pensiones Civiles del Estado de Chihuahua. Ha escrito dos libros historiográficos: Chihuahua, tres siglos, cien entrevistas» y Pensiones Civiles del Estado, su historia y su gente. Actualmente es consejero ciudadano de Radio Universidad, y titular del despacho de abogados Zavala Rubio y Socios. Desde hace 11 años es conductor y productor del programa Contextos en Radio Universidad.

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