Columna de Acuña
Los arrepentidos
Por Leoncio Acuña Herrera
No hablo de remordimientos históricos como los del Holocausto, la destrucción ecológica, la desigualdad, el maltrato animal, que incluyen actores específicos y a la humanidad como especie nociva; tampoco a los asesinatos particulares por codicia, venganza, o simple maldad.
Hablo de los remordimientos más ordinarios, las de todos los días, que a veces nos sorprenden a la media noche o a la hora de un café. Esos que no dejan dormir del todo y que causan una sensación de rechazo hacia nosotros mismos.
Nadie escapa a esa sensación. Ni algún niño que no le prestó sus juguetes a otro; un padre al que se le pasó la mano en los cintarazos; una hermana que tiene añales sin comunicarse con la otra, por las razones que sean.
Hablo de los arrepentimientos de aquella novia que dejaste a media juventud, pero también, y más grave aún, de los que atentaron contra sí mismos, como haber dejado sin concluir una licenciatura o haber rechazado una oferta de trabajo que pasados los 60 difícilmente te ofrecerán de nuevo.
Hablo de arrepentimientos más personales como haber estado ausente de la hija durante años, por razones de distanciamiento necesario, de engañar a la esposa tantas veces para comprobar que nunca valió la pena, de no haber acompañado más al padre o a la madre con la excusa del tiempo.
El que esté libre del arrepentimiento que tire la primera piedra.
Creo que uno de los sentimientos más acuciosos es el de no haber aprovechado del todo el tiempo, el famoso y traído llevado tiempo, que de joven se desdeña y de viejo se sigue desdeñando.
Como decía Lennon, la vida es lo que sucede mientras haces otras cosas. Y aquí el asunto más grave es que se trata de horas de vida, no de trabajo ni de estudio, sino simplemente de soñar, de escribir, de viajar, de convivir. En una palabra, de amar a plenitud. Y en este caso es tiempo que nos robamos a nosotros mismos por necesidades creadas.
No sabemos vivir como los animales que solamente viven por vivir. O como las plantas o los árboles que solamente viven para nutrirse de agua y de luz para florecer.
Así deberíamos ser los humanos.
Creo que en La Divina Comedia debió incluir una subsección en el Purgatorio para los arrepentidos menores Creo que Dante se convenció de que esta población carcelaria superaría a los buenos y a los malos, además de que ya tienen su propio infierno. Y quizá por eso en la religión católica tiene tantos adeptos, con la posibilidad de pedir perdón por los yerros semanales.
Finalmente, he concluido que no tiene caso tampoco vivir con tanto arrepentimiento. Primero, porque hay cosas que no se pueden reparar. Segundo, y más importante: quizá otros ofendidos por nuestros actos no lo estén tanto como nosotros mismos en nuestras aprensiones.
Y además, aunque se dice que debemos aprender de nuestros errores, es un hecho que involuntaria o involuntariamente seguiremos dañando a los terceros, porque así es la naturaleza humana. Por supuesto, esto no justifica matar o dañar como para echarle a perder la vida a otro.
Pero sobre todo ‒y con esto concluyo esta entrega mensual‒, no vale la pena amargarse tanto por nuestro pasado, hemos llegado hasta acá con nuestros propios trompicones. Y sin esas huellas y marcas no seríamos quienes somos, no tendríamos lo que tenemos. Ni a quienes tenemos.
En pocas palabras, no sería yo quien le escriba esto ni ustedes quienes me lean y hagan sus respectivas reflexiones.
Arrepentidos del mundo, uníos.
1 septiembre 2023
Leoncio Acuña Herrera, periodista y escritor, es licenciado en ciencias de la comunicación. Ha sido reportero en Novedades de Chihuahua, subdirector editorial de Norte de Chihuahua y jefe de información de El Heraldo de Chihuahua. Actualmente cursa la maestría en periodismo en la UACH.