Laura Sofía Rivero, el ensayo como conversación
Por Margarita Aguilar Urbán
Cuando era niña pensaba que los curas y las monjas no iban al baño, era imposible que los representantes de Dios en este mundo ejecutaran la acción sucia de evacuar. Tal recuerdo me vino de inmediato al leer el epígrafe de Milan Kundera al principio de Dios tiene tripas. Meditaciones sobre nuestros desechos, (FCE, 2021), un libro de ensayos que subvierte la convención de no hablar de lo escatológico o nombrarlo con eufemismos, a pesar de su existencia constante en nuestras vidas.
Laura Sofía Rivero (Ciudad de México, 1993), la autora de este compendio de reflexiones alrededor del acto de defecar, logra hacernos resbalar, como Alicia, hacia un estadio de incertidumbre y de asombro. Incertidumbre porque el ensayo se convierte en un espacio de preguntas constantes; asombro porque nos percatamos de que la descripción de Barthes sobre la literatura como una cámara de ecos, se cumple con mayor resonancia en este género anfibio. Sí, semejante a nuestra voz amplificada en el sanitario de la casa, cuando contestamos el celular.
Rivero ha expresado que el ensayo es un ejercicio de amistad. Y, es cierto, porque en el enlace de múltiples voces descubrimos que aproximarnos a este género es como conversar con los amigos. Cada línea es una convocatoria para la reunión. Así aparecen ideas y anécdotas citadas por la autora y otras que los lectores traemos a la tertulia. Como en El banquete, de Platón, con Sócrates sentado en medio de Fedro, Alcibíades, Aristófanes y demás comensales, todos ellos hablando del amor y de los temas que se van adhiriendo a la plática; Sócrates, a su vez, citando a Diótima, y esta refiriéndose a los mitos, y así, creando una cadena de amena charla, como en nuestras sobremesas familiares, aunque ‒justo es decirlo‒ el tema de los desechos no sería aceptable a la hora del postre.
No pude dejar de traer a esa mesa al niño Pedro Páramo en el excusado, pensando largamente en Susana, imaginándola detrás de la Divina Providencia, en una experiencia casi mística, a diferencia de la mundanidad de la voz materna reclamándole su tardanza y advirtiendo que saldría una víbora del retrete a morderle el trasero. Porque Laura Sofía nos concede entender que toda práctica humana, aun la considerada pueril o asquerosa, convoca por igual lo espiritual y lo fisiológico, lo profano y lo sagrado. Afirma: “El hombre también pinta su retrato a través de sus desechos” (p. 12). Y agrega que, si la experiencia ha sido materia del humor escatológico, se debe a que: “El baño es el escenario donde se da cita la vulnerabilidad humana y esta es el punto de partida del humor” (p. 14).
Asimismo nos muestra cómo el acto “donde el rey va solo” en realidad no lo es tanto, porque se trata de una experiencia compartida que construye el reconocimiento de nuestra relación con los otros. El pudor que enaltece y la vergüenza que condena no se entienden sin la contemplación de nuestra vida social. Las filas en los baños públicos hablan de la solidaridad para organizarnos en comunidad, los letreros irreverentes en los cubículos son la prueba fehaciente de nuestra necesidad de diálogo. En este punto, Rivero elabora un detallado catálogo de la llamada “latrinalia”, el grafiti que nos entretiene en las cámaras privadas del sanitario y que incluye datos referenciales, juguetes verbales, dibujos, caligramas, rimas burlonas, aforismos de autoayuda, sentencias, anuncios y, en general, letreros que revelan la necesidad de dejar una huella para combatir la conciencia de nuestra mortalidad.
Durante muchos años frente a las aulas me he esforzado por enseñar a los estudiantes cómo escribir otro tipo de ensayo, el que cita rigurosamente en estilo APA, privilegia el método científico y oculta el yo en el lenguaje impersonal. Agradezco a Laura Sofía la frescura de su ensayo literario, que goza con el vuelo de las ideas, que honra la prosa de Montaigne y su actitud desenfadada. El ensayo que rehúsa la opresión de los formatos, audaz en su libertad, y no teme la revelación del yo, es más, la procura. Y en el yo cabe todo lo humano, sus defectos, sus tabúes, su complicada esencia y su indiscutible grandeza.
Laura Sofía Rivero. Dios tiene tripas. Meditaciones sobre nuestros desechos. México, Fondo de Cultura Económica, 2021.
Margarita Aguilar Urbán es investigadora de arte, poeta y profesora de literatura. Escribió los poemarios Como estación de tren (1988), Algodón en el corazón (poesía infantil, 2012) y Testudina descubre el horizonte (2021). Ha sido incluida en los volúmenes Voces de tierra (1994), Campos ignotos (1998) y Taller Literario Pablo Ochoa (2009). Como investigadora, escribe artículos para revistas académicas. Recopiló las memorias del artista tarahumara Erasmo Palma en el libro Donde cantan los pájaros chuyacos (1992, reedición 2015, traducción al rarámuri 2018). Su obra Aurora Reyes. Alma de montaña, editada por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, fue considerada el mejor libro del 2011 por el suplemento Día siete de El Universal y por la página de crítica literaria Salón de Letras.