De mi oficio y La experiencia literaria. Federico Corral Vallejo

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De mi oficio y La experiencia literaria

 

 

Por Federico Corral Vallejo

 

 

El oficio de escritor se hace en primer lugar leyendo y en segundo lugar escribiendo. Si partimos de que la lectura es un detonante para la inspiración, entonces una idea genera otra, y esa misma idea generada nos lleva a una más y así sucesivamente; este fenómeno se genera gracias a las coincidencias literarias, así como la re escrituración. Con esto se entiende que todo está escrito y que nada nuevo hay bajo el sol de la literatura; con ese motivo, el escritor, cualquiera que sea su género, debe estar consciente de su vocación literaria y del sentido de su obra con el cual debe enriquecer el natural desarrollo del fenómeno literario de su propia creación a través del conocimiento generado y adquirido en la reflexión provocada por la lectura.

Lo anterior me permite pensar, creer y sugerir que el oficio de escritor es en sí un oficio.

Más que bardo, alfarero de palabras.

Esto conlleva a comparar el oficio de escritor con el del alfarero, el herrero, el carpintero, el panadero, el artesano, etcétera. Ajustemos entonces las palabras de Carlos Montemayor quien dice en su ensayo homónimo que No considero al escritor un hombre inspirado ni talentoso, sino un artesano o un herrero. O en otro eco citemos al maestro Juan José Arreola: Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De ahí mi pasión artesanal por el lenguaje. Parece que la comparación metafórica a través de las imágenes poéticas literarias son una manera sencilla y llana de explicar el sentido y el objetivo del oficio del escritor.

Al respecto, Vicente Huidobro dice que la idea de que el poeta es un pequeño dios se la sugirió Aimará, un viejo poeta indio de Sudamérica. Pablo Neruda en torno a esto escribió: El poeta no es un “pequeño dios”. No, no es un “pequeño dios”. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, el pan, el vino, el sueño de la humanidad entera.

De esta forma el oficio de escritor se empareja con el del herrero, el carpintero y el panadero entre otros oficios.

Sin embargo, la equiparación del oficio del escritor, con, entre, sobre y de obreros y artesanos, no es ocurrencia de hoy, ha estado escrito desde Horacio, Dante, Montaigne, Quevedo, asimismo ha sido restaurado, releído, y reflexionado por Vallejo, Eliot, Pound, Reyes, Faulkner, Borges, hasta nuestros días. He aquí una muestra sobre la reescritura y las coincidencias literarias de los conceptos. Como se puede apreciar, esta equiparación se la ha ocurrido a infinitos autores, cada quien en su época y de acuerdo con su manifiesto artístico ha coincido, si no en la forma, si en el fondo del asunto.

Dicho de otra manera; todas las personas que poseen un oficio, para ser reconocidas –y remuneradas– como tal, requieren de talento, disciplina, desempeño, constancia y vocación para demostrar su eficiencia en el oficio correspondiente. Sin embargo, un carpintero: serrucha, pega, clava, construye y cobra. Un panadero: amasa, cose, dora, crea, entrega y cobra. Un albañil: carga, bate, mezcla, pega, construye y cobra. Un escritor: lee, piensa, reflexiona, investiga, escribe, construye, vuelve a leer, crea y ¿por qué no cobra?

Si reflexionamos un poco, y ayudamos a que la gente entienda que entre la fuerza física y la mental hay espacios marcados, y que de la misma forma que el carpintero y el panadero tienen necesidades que cubrir, el escritor también las tiene. Y aunque parezca ilógico, el oficio de escritor es tan pesado como el del albañil; ya que el escritor tiene como menester crear, transformar y modelar la memoria de su pueblo. Coincido con Casiano Ricardo cuando afirma que el poeta Es un hombre / que trabaja el poema / con el sudor de su frente. / Un hombre/ que tiene hambre/ como cualquier otro hombre.

Es así como el escritor ha de cultivar a muchas sociedades que se bifurcan de distintas direcciones gracias a su manera de ser y de pensar. En fin, el oficio de escritor es arduo y poco generoso dedicarse a él, es privarse de una vida familiar, social, además de hacer a un lado muchas otras cosas, pues su trabajo exige una preparación constante, así como una disponibilidad de tiempo completo. El oficio de escritor es en sí una alegoría de cualidades donde para sobrevivir hay que tener además de empeño y estudio, fuerza y ciencia, talento y valentía, una disciplina integra, y por supuesto vocación para la escritura, así como a los votos de pobreza y sacrificio. Y en tal caso de que exista triunfo y reconocimiento –tanto intelectual como económico–, eso es lo menos importante, pues en tal situación son los bisnietos los que generalmente recogen la cosecha de gloria.

Para eslabonar mi expereiencia literaria con el oficio de escritor, quiero tomar prestados tres racimos de palabras. Las primeras son del talentoso escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, excelente prosista y destacado crítico de arte, quien expresa en su legado universal y de índole literario que Para escribir se debe pricipiar por ser libre, no por el anhelo de escribir libremente. Es cierto que ejerzo el oficio de escritor, y que escribo versos desde temprana edad, pero esto no implica que lo plasmado en el papel, por muy metafórico y rimbombante que sea, tenga que ser un escrito. Incluso que en cada collar de manchas negras, llagadas letras que gesto en el vientre de una página, son única y exclusivamente destellos de mi locura. El mensaje literario, si es que existe, lo encontrará el lector en los blancos de cada hoja.

Es momento de hacer eco de un segundo racimo de palabras que pertenecen a don Alfonso Reyes: Leer y escribir se corresponden como el cóncavo y el convexo; el leer llama al escribir, y este es el mayor y verdadero mal que causan los libros. Para mí no es fácil ser poeta. El que la Luna salga y embruje al bolígrafo desosegado, no es ninguna garantía para que la musa baile un danzón en el patio de la memoria. Era un adolescente cuando me descubrí poeta, de ahí en adelante el sufrimiento coronó mi vida.

Gracias al oficio de escritor, muchos han sido los talleres literarios a los que he asistido desde entonces. Fiebre de talleres tuve durante años. Soy hijo de talleres y me enorgullece serlo. La experiencia adquirida sobrepasa mi porcentaje de lecturas antes y después. El crecimiento literario, emocional y cultural es la recompensa a la tenacidad, constancia y trabajo. Nací con el don de la palabra debajo de la lengua; nací poeta y una vez nacido me dediqué a formarme en el cultivo de las letras. Tengo presente que el escritor se hace y el poeta nace, pero el nacer no es suficiente.

En mi caso, escribir es una necesidad primaria, aunque lo escrito distara de ser literatura. Desde lo más profundo de mi ser, para mí la escritura es un misterio cósmico, burbujeante y de naturaleza enigmática, donde los sentimientos disfrazados de poemas no deben significar, sino ser. Es a partir de esta necesidad que mi sensibilidad gira en torno a la creación literaria, en la búsqueda del yo interno que trabaja incansablemente en la lectura, incluso más que en la escritura, para gestarse en la memoria de los nuevos lectores.

Agradezco el tiempo que el posible lector le dedica a mis líneas escritas, y, finiquitando mi compromiso con la literatura, tomo prestado un último racimo de palabras del maestro Octavio Paz y en un eco de las mismas me resta decir que Estas son las piedras con que hice, torre de palabras ardientes y confusas, montón de letras desmoronadas. Con esto termino esta apreciación que, en el contexto de fondo y forma, es un fragmento de mi diario íntimo, donde poesía y lenguaje cobijan mi sentir y mi pensar, ideales y convicciones, de los cuales se desprenden mis principios de sensibilidad.

 

 

 

Federico Corral Vallejo. Nació en Parral, Chihuahua. Escribe poesía, ensayo, novela, crítica y canciones. Tiene publicados más de 40 libros, entre las más destacados: En poesía: Vomitar mi muerte. En ensayo: Carlos Montemayor: Finisterra será mi voz para siempre. En cuento: Mujer de humo. En canciones: A capella 440 y en novela: El otro Federico, más allá de la ficción. Posee: Premio Nacional Carlos Pellicer para obra publicada 2002. Premio Programa de Publicaciones 2004 del Instituto Chihuahuense de la Cultura con el libro de ensayo Principios de sensibilidad; Premio AFEMIL-Brasil-hispanoamericano de literatura 2006, por su novela Cartografía de una casa, Minas Gerais de Belo Horizonte, Brasil. Premio Nacional de Poesía XXXIX Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro, 2009 por su obra: Los verdaderos ángeles no tienen alas. Dirige Tintanueva Ediciones desde 1997 a la fecha. Su trabajo poético ha sido traducido al inglés, francés y portugués. Publicado en EUA, Canadá, Brasil, Argentina, Perú, Cuba, España, Puerto Rico, Bolivia y México.

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