Del rechazo. Héctor Alvarado Díaz

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Del rechazo

La experiencia literaria

 

 

Por Héctor Alvarado Díaz

 

 

Claro que es necesario dominar las emociones y las promesas que depara el futuro. Uno puede perder piso y darse al pensamiento de que el primer desaire, o la primera publicación, son producto del azar o de una lectura superficial. Entonces, bueno, digamos que la intemperancia sigue ahí como un animal arrinconado. Pero al segundo rechazo todo comienza a tomar sentido.

Se trata de un sentido con una lógica contraria a la común, y no puede experimentarse sino a través de eso que parece ninguneo y es poco menos que el inicio de una liberación.

Una lógica contraria a la común, pues de inicio parece comportar una experiencia traumática, pero al cabo, si tiene suerte, uno se alza psicológicamente por encima del resto, pues deja atrás las convenciones.

Es necesario tener el instinto, el olfato que convierta ese segundo repudio en una carrera.

Se requiere también algo de azar, claro. Si el original ha tenido cierto interés para los editores, estos proponen cambios. Ceder a la tentación de hacer tales enmiendas, ahí mismo sella el destino. Pero si podemos resistirnos a las voces invitantes y con dignidad retirar el manuscrito, entonces se toma la ruta del éxito.

Éxito no es una palabra excesiva. Muchos creen que en el rechazo se encarna una falta de estima. Nada de eso; yo, por ejemplo, estoy en las antípodas del pobre diablo, y en vez de vergüenza tengo a orgullo las negativas, y hasta adorno mis paredes con las mejores que he obtenido en mi carrera que, para que no se adelanten juicios, se halla en su momento más alto.

Va a parecer un despropósito, pero vivo de las editoriales en la misma medida en que lo hacen aquellos escritores cuyos libros están en las reseñas de Babelia o Paris review. Claro que hay diferencias. Ellos reciben dinero y resuelven sus vidas en gran parte ligados a su editor, mientras que yo, teniendo que mantener mi carrera a base de empleos varios, viviré en la entrega perpetua de originales hasta la hora de la hora de mi muerte. He cruzado las aguas de la literatura sin mancharme en el pantano de la publicación.

Hay quien pasa la vida buscando el rechazo y a quien se le da de manera natural. Yo soy de estos últimos. Y no hay soberbia en la afirmación, pues si algo enseña la trayectoria y el trabajo duro es que, para ser rechazado verdaderamente, hay que desear ser aceptado verdaderamente…

En otras palabras, el esfuerzo para publicar debe ser tenaz y lleno de determinación. Ir desarrollando todos los niveles de la trama sin trampas ni estorbos que hagan a los dictaminadores descalificar el libro por su falta de consistencia o deflación de los pilares dramáticos.

El rechazo que se siente como premio a una labor bien hecha, es aquel en el que uno ha puesto todo el conocimiento, la técnica y la esperanza —que sin ella no tendría sabor la negativa— para evitarlo.

El rechazo, como la fama, es mejor cuando llega sin aviso y uno se siente sobrepasado y se cohíbe por la respuesta que se le da a su trabajo. No sé cómo enderezar este argumento para que lo entiendan aquellos que nunca se han sentido despreciados, es como si se construyera una bifurcación en el camino de la vida. Hay que elegir uno de dos: Se sigue adelante en busca del brillo en la carrera de la marginalidad, o se retira de las letras. No hay término medio.

 

 

 

 

Héctor Alvarado Díaz estudió Letras en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha publicado 11 libros (6 novelas, 4 libros de cuentos y uno de entrevistas a escritores de Nuevo León). Los más recientes son las novelas Caracol ciego (2016) y El ojo de la iguana (2016). Por su trabajo literario ha recibido premios nacionales e internacionales como el Premio Rosario Castellanos, el Premio José Rubén Romero, el Premio Juan Rulfo para primera novela, el Premio Miguel de Unamuno en España, el Premio Latinoamericano de Cuento y una Mención de Calidad en el Premio Juan Rulfo de París. Fue director de la Editorial de la Universidad Michoacana de 2013 a 2017, coordinador del Centro de Escritores de Nuevo León y director de la Casa de la Cultura de Nuevo León durante 8 años. Se ha desempeñado como profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Autónoma de Nuevo León, el Tecnológico de Monterrey, el Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación, la Universidad Interamericana y la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana.

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