El desierto de Enrique Cortazar
Por Susana Avitia
Desde su primer Poetazo, Placer prohibido, hasta El desierto, Onomatopeya Producchons ha transitado por un sendero donde la poesía y el espíritu son una misma revelación. En poco menos de 30 años ha difundido la literatura del norte del país, en esta ocasión con La Gloria tour.
El desierto, libro de Enrique Cortazar, está escrito con dos voces diferentes, la primera, la del adulto que va recolectando experiencias en su paso por el desierto, un desierto metáfora del cielo, ambos son inmensos y ambos ofrecen la idea de un espacio que lo abarca todo, que lo encierra, y que, paradójicamente, convierte a quienes lo contemplan en sus prisioneros.
Una vez que el desierto
nos seduce
qué difícil dejar
su olor y su presente ausencia.
Una voz que establece un vínculo entre la naturaleza de las imágenes creadas y las visiones que engendra y se constituye en un testimonio de identidad.
Vivir en el desierto
es vivir hacia adentro
en el reto de un vacío
horizontal que nos subyuga
Cortazar agrupa los atributos del desierto en imágenes que indican vastedad vacía, que destacan el poder del desierto y lo humanizan, imágenes que insisten en el carácter mineral y en la sequedad del territorio, que implican una realidad dura, ominosa y terrible.
En la madrugada del desierto
la pobreza
se acentúa,
el tiempo
se suicida en la quietud
de abismos horizontales
El viento,
tumulto
de transparencia dolorosa
es aullido y torbellino
esparciéndose en el frío
Los coyotes
muerden el perfil de las estrellas.
Los poemas tienen un ritmo semejante a las formas de la arena, hay que leerlos en voz alta y dejar que el eco te lleve al siguiente texto.
En el desierto viven
un murumullo de rezo pobre
y una austeridad
de huracán y tiempo
En el desierto
se derrama la noche
entre soledad y gatuño,
se acumula distancia,
navega la tarde
En el desierto
hay un silencio
opaco distante,
donde el crepúsculo naufraga
La segunda voz es más humana: reconstruye el pasado, la lejana infancia, la figura del padre y el corazón del niño que habita la entraña de cada uno de los poemas.
A veces se me caían del regaño
las palabras de mi padre
ensuciando el día
anudando el pecho
El tiempo no avanza, está detenido como en una fotografía, cada poema es la estampa de un viejo álbum de palabras, cada imagen es la entrada a un pasado que se repite una y otra vez, una y otra vez ese pasado cumple con su fatalidad arrojando todo hacia el abismo.
De niño jugaba a las escondidas
refugiado en rincones y anaqueles
me adueñaba de un trozo de la noche.
Con el sigilo palpitándome en las sienes
brincaba de una soledad a otra
Son poemas que se platican desde la intimidad de los propios textos, que parecen hablar solo para sí mismos, resuenan como un punto de identidad, un momento único en donde surgen fragmentos de la memoria, vestigios de lo que fue. La figura del niño se debe al reconocimiento de su capacidad para transformar lo ruin en algo bello. Su sensibilidad, su sentido afirmativo de la vida y su facultad para ver lo maravilloso cotidiano.
Fui un experto
en vientos, pedradas y bondades.
Llenaba mis bolsillos de estandartes
y salía con ellos en lo alto
saludando agostos y llanuras.
Lloraba, sin embargo
como queriendo tragarme toda la tristeza
El autor sabe que la poesía es una experiencia que se transmite de mano en mano, que se siente de piel en piel; comprende que las cosas sencillas, diarias, valen más que una vana idea lanzada a su suerte. La voz poética comparte la experiencia como se comparte un pedazo de pan o un vaso de vino: nos la entrega, nos la coloca en los labios, nos la deja, trémula, en la mano.
Con el tiempo aprendí que los olores
tienen una sabiduría invisible
que a veces puede uno controlar
mi ropero es la cárcel donde los hago míos
Sin embargo no puedo poseer ciertos aromas
el profundo olor a nostalgia que tienen los otoños
y el íntimo, silencioso, cálido olor
de algunos cuerpos que ya no están.
El desierto de Enrique Cortazar, es una dicotomía de vida, una travesía que es siempre transitar hacia la nada misma, el lugar de la ausencia, de la ruptura, del silencio y de una tierna nostalgia.
Cortazar, Enrique: El desierto. Editorial Onomatopeya, colección Poetazos, México, 2023.
Mayo 2023
Susana Avitia Ponce de León es egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Chihuahua, especialista en medicina de rehabilitación. Ha publicado dos libros de poemas: Simulacros y Paredes del insomnio, este último en coautoría; dos de cuentos: Un sueño compacto y Ángela; es compiladora de la antología Campos ignotos y textos suyos están incluidos en la antología Químicamente puras.