Las señales
Por Larizza Arvizo
Por fin tengo la respuesta. Durante tantos años siempre me preguntaste por qué tanta desconfianza. Porque nunca me sentí del todo cómoda a tu lado. La respuesta era sencilla, pero nunca la entendiste; aunque yo ya sabía la respuesta y traté de explicarte, no entendiste. Luego traté de convencerme de que tenías razón, y que en verdad eras confiable, ignoré las señales que me diste por comodidad, por miedo.
Nunca me hiciste sentir que eras confiable, siempre tuve esa sensación de que querías decapitarme, o que tratabas de meterme en un molde que no era de mi tamaño para complacer tus expectativas, pero quise pensar lo que no era.
Que me amabas.
Siempre hay que hacerle caso a nuestro sexto sentido. Las presas en el mundo salvaje tienen ese sentido a flor de piel y nosotros debemos conocer ese sentido: cuando el cuerpo te dice que ahí no es, es porque no es.
Tuve esa sensación siempre, aparte de los indicios claros que me mandabas, la forma en que te portabas, la forma en que me tratabas, todo lo que hacías y todo lo que me decías eran los mensajes más claros de lo que en verdad eres. Me aferré a la esperanza de que un olmo puede dar peras, tal vez porque no he conocido aún a ese árbol frutal que sí me de peras y no piedras. O porque no creo merecer peras.
Al final de cuentas, y después de tantos años, me diste toda la razón. Es triste, pero es la verdad, eres un río seco rodeado de bellos espejismos que mata de sed a quién lo rodea, y en contraste fuiste un huracán que se llevó todo, mi casa, mi trabajo, mis amigos, mi profesión, mi felicidad. Pero me regresaste algo muy especial, la libertad.
Espero que ahora que tienes un nuevo conejo para despellejar seas capaz de no ser lo que eres, y puedas dejarle su piel y su sonrisa, porque nadie merece que le arrebates todo para saciarte. Deseo que ese conejo te dé todo lo que necesitas y que tú le des todo lo que no pudiste darle a mi vida, total, ya no necesitas una madriguera ni una tierra para cultivar tus alimentos, porque tienes lo que era mío, ya no es necesario que te comas a ese conejo, porque ya tienes comida y casa, espero de verdad que dejes de pensar que Piqué, Nodal y Johnny Depp te representan.
Ya deja ese papel de víctima y reconócete como el depredador que eres, el primer paso siempre es aceptar las cosas.
Sabes algo, después de tener por tantos años la pata en el cuello, te duele el cuello, y sientes que necesitas esa pata para poder vivir. Los primeros días es peor, pero conforme pasa el tiempo, el cuello vuelve a tomar una forma natural y cada día duele menos. Aún lloro por las noches, pero cada vez menos, creo que pronto va a dejar de dolerme. Jamás va tomar su forma original, no importa, es mejor así, pues será más difícil que lo vuelva a pisar uno de esos monstruos que andan sueltos.
Lloro y me siento débil, incluso me pregunto si tu pie extraña mi cuello. Y he pensado en ir a rogarte que de nuevo me pongas el pie en el cuello: es que sí, soy muy tonta, y cobarde, o será que estar en la calle, sin una madriguera, sin comida, sin empleo, sin amigos ni pasiones hace que las penas pesen más de lo habitual. El tiempo vuela y pronto voy a levantar la cabeza, conservándola pegada al cuello, con una fortaleza nueva, con grandes aprendizajes y gruesas cicatrices, y a pesar de todo con alegría de saber que no soy lo que tú decías. Buena suerte señor león, pronto la va a necesitar.
Porque la vida siempre cobra.
Larizza Arvizo es licenciada en teatro por la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha actuado en 25 montajes y es ganadora del premio a mejor actriz y actriz revelación en la Muestra Municipal de Teatro 2009. Actualmente se dedica a la fabricación de máscaras y muñecos teatrales, además de estar escribiendo el libro El viaje de lyme.