¿Lo matamos? Jaime González Crispín

Foto Roberto Lara Radillo

 

¿Lo matamos?

 

 

Por Jaime González Crispín

 

                                                                               

Rebeca:

Una vez que sobreviviste a la caída de la bici que conducía tu abuela y en la que viajabas en la parrilla trasera, la mujer, condescendiente, se dedicó a apapacharte. Durante la cuarentena del brazo enyesado, te regaló una pecera con un caballito de mar al que bautizaste como “Juan”.

La noticia del regalo aquel pronto se supo en la cuadra y rodó hasta la escuela. Por la tarde, cadenas de niños entraban y salían de tu casa para ver al hipocampo en su esfera transparente con abundante maleza marina de artificio. Te sentías admirada por ser dueña de tan singular mascota, más ahora que llevando por ahí tu brazo en cabestrillo. Día a día, junto con tu hermana, antes de salir a clases, iban al recipiente de cristal y se despedían de la criatura haciendo caras, gestos y desgranando adioses. Al regreso de la escuela, la escena se repetía.

Un día, Juan amaneció sin el movimiento que le distinguía. Estaba metido entre el follaje, ingrávido, sin ánima. Por la prisa, ni tú ni tu hermana se dieron cuenta de lo que pasaba. Fue al regreso de clases cuando las cosas se desencadenaron. Por cómo estaba, Juan se encontraba muerto. Tu madre no quiso decir nada y todo se lo dejó a la abuela Patricia. Con paciencia, tu abuela te explicó, a girones, lo de la vida y la muerte. Pero te dolía más lo que perderías en popularidad, que cualquier otra cosa, aun cuando prometían conseguirte otro animal igual o de otra especie.

Tratando de paliar penas, abuela te ofreció una ceremonia de entierro digna de reyes: Cavarían un hoyo en el jardín para sepultar a Juan, mientras tú irías por la cuadra para invitar a otros niños, con la promesa de servirles pastel y refresco. “Se hará una valla humana de la sala al jardín. Tú llevarías el ataúd, un estuche donde una vez se alojó una rasuradora eléctrica del abuelo” te prometió la abuela. Reacia al principio, acabaste seducida con la idea.

Se cavó la fosa. Tú fuiste a invitar chicos. Llegaron. Se les sirvió refresco y pastel, como se había prometido. Al llamado de la abuela, se formó la valla. Todos dispuestos y en su papel. Fuiste por Juan para sacarlo del agua y meterlo al féretro. Silencio estudiado. Caras largas, de teatro. Pero cuando metiste la mano a la pecera para sacar al animalito, éste se dio vuelta y le dio por retozar, como siempre. No te lo esperabas. Tu abuela, siempre cerca de ti, sonrió, encogiendo los hombros y levantando un poco los brazos.

Fue entonces cuando te acercaste al oído de ella y le propusiste:

—Abuela, ¿lo matamos?

 

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Jaime González Crispín es profesor, por la Escuela Normal de Durango, con grado de Iicenciatura. También estudió en el Taller de Escritura Narrativa, en la Universidad Juárez del Estado de Durango y en el Taller Levriano de Escritura, Querétaro. Ha publicado los libros de cuentos Matemos al curaAlambre de Púas y Trece veces por minuto. Están inéditos sus novelas Eva Gorrión, o la monja que mató a su hermana y Casi quince, además de su libro de cuentos El mal samaritano.

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