Lentamente. Luis Kimball

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Lentamente

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Comencemos por el final: el fondo del libro. El tiempo histórico de El hielo se derrite lentamente discurre entre el auge del petróleo mexicano (1978 – 1981), la crisis económica recordada por la devaluación de 1982 y el México salinista que ha declarado salir del tercer mundo mediante una solidaridad más santanista que walessiana, el TLC y su remate en la crisis del ’94, narrando la lucha de la familia nuclear por legitimarse como clase media y su repetitiva desintegración, relato tras relato, en un ambiente moral de ensueño roto, espejo donde pueden retocarse al menos dos generaciones y testificar que la vida alcanza para el desamor porque el espécimen resiste lo suficiente. Casi todas las narraciones se actualizan hasta el siglo presente, como Hombre que cae, referencia a la foto que tomó Richard Drew durante el incendio de las torres gemelas; pero los personajes del libro transitan esta posterioridad casi irremediablemente, como la consecuencia inevitable de haber navegado con los padres una propia y traumática arca de Noe durante el diluvio de la épica nacional. Sin duda, lo recomiendo para leer en secundaría y junto a un nutrido plato de galletas.

En el último relato, Hombre que cae, el narrador traza una parábola histórica que cuenta también el derrumbe de las mujeres que constituyen su posibilidad de presente, un presente no resolutor, sino esquizofrenizante; la primera tarda más en caer, pues es la que nadie espera que lo haga:

 

[…] tienes que encender el televisor sonó el teléfono: era Nina. Un avión se estrelló contra las Torres Gemelas.

Desperté del sueño con el deseo de estar en cualquier otra parte que en ese departamento: el escritorio, el librero y la computadora, nada más; yo dormía sobre un colchón en el suelo.

Parece que fue un ataque terrorista. (p. 117)

 

¿Sería? Tardará algo en saberlo, aún no firman los papeles de divorcio y la tele la tiene ella. Sin pretensiones, describe con suficiencia variantes de la endeble construcción masculina como un autoatentado que mantiene al lector interiorizando la sonrisa. En este relato hay una alegoría de la venganza como un grano de café que solo puede darse desde la imaginación y en la impotencia; por sí sola, sustentaría la adquisición del libro.

Por su parte, en Una pared de ladrillos, que antecede a Hombre que cae, ya con descaro aparece un escritor, divorciado, rentando el peor departamento del mundo, salvo que se mire a través de los ojos de un escritor. La agente inmobiliaria por primera vez dejará ir esta renta; pero el joven se aferra al pasaje del papel tapiz de la cocina, raído, cochambroso y mal pintado. Ella misma, ahora trastocada en la peor vendedora del mundo, relumbra como fetiche a espaldas del joven que inventaría las goteras como un bien dentro de sus nuevas posesiones; cuando abre la cortina del cuarto para develar que apenas tiene vista a una pared de ladrillos, el joven aprovecha para valorar la insidia de esa luz oblicua sobre el piso, como un joyero. Fue irremediable recordar a Mishima describir la luz sobre el borde de la tina de madera en que recibió su primer baño y la ventana del cuarto de hotel de Tarkovski en su viaje a Roma, que da a otra pared igual de obtusa y que resulta cuanto iba buscando sin saber.

 

Ahora ven como termina el libro, no pude resistir a constatar si el hielo duraría tanto como dicen título y portada. Ahora les cuento cómo empezó el deshielo.

Hay un prefacio Al lector, que cruza el umbral para instalarse como el primer relato, una declaración explicita de subjetividad y honestidad, porque no hay de otra. A partir de esto se le puede acusar de todo, menos de hipócrita.

 

[…] se trata de una recopilación de relatos en torno a diferentes temas en común, la niñez, la pubertad, abrirse paso en la vida como un joven adulto, el retrato de una época, un mundo que se transforma, a veces no como uno quisiera (p. 11).

 

Hubo una época donde todo lo que querían los padres, decían, era ver a sus hijos bien casados, y otra en la que se conforman con verlos bien divorciados; del periodo de transición entre una y otra, trata este libro.

En cada narración va tocando la memoria, llevando la ventaja de que, al ser un libro familiar (no para niños), puede uno asistir en el rol de hijo o progenitor, que ya es más bien un término de descripción científica:

 

¿Dónde estás? preguntó finalmente.

Por ahí.

¿Y dónde es ahí?

-Padre le dije, hace diez años que debiste hacerme esas preguntas, ¿no crees?

Sí, tienes razón.

(pp. 18-19).

 

Está haciendo antesala en una clínica de aborto. El dinero del padre no le sobra, pero ya habían afrontado el gasto. En la clínica le piden ver el producto en el líquido de la cubeta. Han llegado hasta ahí en un viejo Ford Fairmont que le regaló su madre. No sé qué tengan contra el Fairmont, no tenía un gran motor, pero era un auto cumplido y de diseño resuelto con grandes ventanas; no obstante, sale mal parado en varios libros. Supongo que por ser un auto familiar.

 El invierno del 2011, año en que se congelaron los eucaliptos de chihuahua, aparece en otro de estos relatos casi realistas: Hielo: hay muertos sobre la avenida Vallarta, un vecino al que balearon haciendo el papel de hombre al lado del protagonista que intenta descongelar la tubería con un soplete de mano, el 2011 se congeló el corazón de la manzana. No es un norte indefinido o inventado, sino esclarecido con esa luz y polvo sin las hadas que le quitan la magia a todo cuanto tocan:

 

Yo estoy de pie junto a la ventana, y más allá de la escarcha del cristal, de las antenas de televisión y los tinacos, el cielo ha empezado a clarear como la promesa de calor en la que ya nadie cree. Bajo la escalera envuelto en una cobija, enciendo el calentador y el agua no sale de la llave cuando intento llenar la jarra de la cafetera (p. 97).

 

Las situaciones en cada relato siguen en lo anodino de estas ciudades, en la desazón de migrar al revés (a CDMX); pero no dejan de tener sazón por la discreción con que el escritor ha hecho cortes y selecciones.

El libro deja varias constataciones reveladoras: El círculo rojo que hubo en el México de las guerrillas, a sus herederos; el mall de Cielo Vista recortado magistralmente contra el cielo azul en el desierto de El Paso; el calor que cuando llega encuentra a las vecinas de antaño sentadas en la banqueta fumando y leyendo el periódico con su muerto en la portada, más de lo que cabe en una reseña.

A manera de instructivo: Usted, ocúpese solo en la lectura, que el autor ya enfrentó el frío de manera espartana.

 

Sánchez, Daniel Espartaco: El hielo se derrite lentamente. Editorial Librosampleados, México, 2018.

 

 

 

 

Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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