Patricia en el país de las gigantas. Margarita Aguilar Urbán

Patricia en el país de las gigantas

 

 

Por Margarita Aguilar Urbán

 

 

El 2 de noviembre de 2022 falleció en Playa del Carmen la escritora tamaulipeca, adoptada por Monterrey, Patricia Laurent Kullick (1962-2022), quien, en una entrevista aparecida en el periódico El Norte (Daniel de la Fuente, “El camino de Laurent”, 1 de junio de 2014) describió una época de su infancia cuando, a causa de una crisis económica, sus padres vivieron una situación de conflicto: “El sismo en el que me convertí en aquellos años fue en parte por sus constantes diferencias. De alguna manera, los hijos tuvimos que ser padres de nuestros padres”. Patricia ocupaba el lugar número once en una familia de quince hermanos, aunque solo diez de ellos seguían habitando en la misma casa durante ese periodo.

La Giganta (Tusquets Editores, 2015) crea una ficción a partir de ese escenario biográfico y entrega al lector un relato intenso que colapsa nociones establecidas sobre el espacio íntimo familiar y la maternidad abnegada. Concebido en sus inicios como una carta, según una declaración de la autora, el texto se convierte en una novela sobre los alcances de la miseria en las grandes ciudades y en una proyección histórica sobre las consecuencias crueles del mestizaje en nuestro país.

La narradora es una niña, la sexta de la familia, que se dirige a su madre, la Giganta, para ir tejiendo su testimonio de los sucesos que ocurren dentro de las cuatro paredes de su vivienda. Entre ellos, el más temible es la amenaza repetida por la madre de asesinar a sus diez hijos y, luego, suicidarse, como única salida a su situación de extrema pobreza y carencia del sentido de la vida. El tono desenfadado, con tintes de humor negro, resulta semejante al de Jonathan Swift en su célebre ensayo Una modesta proposición… Si el escritor irlandés planteaba engordar a los niños pobres para luego vender su carne con fines gastronómicos, el relato de la tamaulipeca exhibe un catálogo completo de formas posibles para lograr un asesinato efectivo y, aunque ninguna de estas llega a concretarse, el peligro constante crea una atmósfera de terror psicológico en los infantes de esa familia. Esta alarma crece cuando el padre francés se presenta para golpear, castigar y negar la mínima muestra de afecto que los niños reclaman.

Es así como la casa pierde su natural significado de refugio y protección para convertirse en un ámbito donde se desarrollan sucesos atroces narrados por la niña con inusitado realismo. El ambiente creado relaciona esta obra con Mejor desaparece (Océano, 1987), de Carmen Boullosa, novela que, a través de una solución de literatura fantástica, plantea la hipocresía del concepto “familia feliz”. Las dos obras, sin embargo, tienen como referente muy opuestas realidades sociales, pues, mientras la de Boullosa alude a los conflictos de una familia clasemediera después de la muerte de la madre, la de Laurent Kullick retrata los espacios más vulnerables de la escala social.

La casa es un microcosmos donde se llevan a cabo las formas de opresión propias de una sociedad enferma: abuso, violencia, discriminación, desprecio, abandono, hambre. Ante un padre ausente y una madre alcohólica, los niños maduran prematuramente y, en la lucha por la supervivencia, dos de ellos deben tomar los roles materno y paterno, respectivamente. No obstante, el personaje de la Giganta, desde los ojos infantiles de la narradora, es visto con compasión, dulzura y un inmenso amor. La niña, el único personaje de quien no sabemos el nombre, describe la belleza indígena de la madre y la mira más alta desde su escondite habitual debajo de la cama. La Giganta parece haber llegado de un país diferente, es un ángel caído, pertenece a una estirpe de gigantas conocedoras de que “el trigo asado atrae a la lluvia” (p. 15), que “no necesitan profesión, la tienen de nacimiento: perdonan fácilmente y aparte sonríen” (p. 13); “no lloran, solamente sonríen de medio lado, con un brillo de amargura que rápido se convierte en rayo fulgurante con dos tragos de tequila” (p. 11).

El análisis que aborda el eje social desde la familia no es el único en las 131 páginas de este relato. Al parecer, la intención central se dirigía a ofrecer una postura sobre el mestizaje como origen de este país de “borradores humanos”. Por eso mismo, el título de la novela habría sido El jardín del ADN, según reveló la autora en una entrevista. En repetidas ocasiones, la narradora se refiere con sarcasmo al concepto vasconceliano de la raza cósmica: “Tal vez valga la pena el mestizaje. El matrimonio entre naciones. Los hijos que traerán la paz al mundo. Los apátridas, burlones, burlados, sin límites ni fronteras, ni bandera, ni una chingada” (p. 27), y describe al procreador extranjero que desprecia a sus hijos mestizos y no aparta la mirada del continente, a todas luces superior, desde donde llegó para enredarse en la aventura del nuevo mundo.

El mestizaje es el causante genético de seres que viven una ficción: “Giganta es una obra de teatro. Los borradores mestizos siempre actuamos. En lugar de información ancestral, el espiral genético está lleno de sospecha. Desconfiamos de cualquier verdad, es nuestra característica” (p. 44).

Cabe decir, finalmente, que más allá de las interpretaciones socioeconómicas o históricas, La Giganta estremece porque, entre la expresión de tanta miseria humana, deja escrita una elegía por los sueños abortados de diez niños, los mismos seres desprotegidos que describió Swift en la Irlanda del siglo XVIII. Los de esta novela salen a la calle a buscar el sustento, lavan y cuidan carros, roban por hambre, reciben regalos a cambio de favores sexuales, pelean por el placer de saborear una cucharada de crema de cacahuate, huyen, desaparecen, mueren. La escritura de Laurent Kullick tiene la virtud de llegar hondo a las emociones con la mayor economía de lenguaje, pericia derivada sin duda de su oficio de cuentista.

Sorprende que su reciente deceso no haya generado más valoraciones de su obra además de las notas publicadas en algunos diarios de circulación nacional. Sirvan estas líneas para honrar su memoria y como una invitación para viajar con sus libros a su país de gigantas, que no por imaginario resulta menos verdadero. 

 

Laurent Kullick, Patricia: La Giganta. Tusquets Editores, México, 2015.

 

 

 

 

Margarita Aguilar Urbán es investigadora de arte, poeta y profesora de literatura. Escribió los poemarios Como estación de tren (1988), Algodón en el corazón (poesía infantil, 2012) y Testudina descubre el horizonte (2021).  Ha sido incluida en los volúmenes Voces de tierra (1994), Campos ignotos (1998) y Taller Literario Pablo Ochoa (2009). Como investigadora, escribe artículos para revistas académicas. Recopiló las memorias del artista tarahumara Erasmo Palma en el libro Donde cantan los pájaros chuyacos (1992, reedición 2015, traducción al rarámuri 2018). Su obra Aurora Reyes. Alma de montaña, editada por el Instituto Chihuahuense de la Cultura, fue considerada el mejor libro del 2011 por el suplemento Día siete de El Universal y por la página de crítica literaria Salón de Letras.

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