Comin’ home. Gustavo Hirales Morán

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Comin’ home

 

 

Por Gustavo Hirales Morán

 

 

Habías estado ausente

cierto tiempo.

Y cuando cada uno

en la soledad de su celda

decide regresar

aún piensa

vagamente encabronado

en el uso rasposo o moderado

que un día inevitable

hará de su libertad…

 

Regresas sin un plan, pero

                        a un encuentro.

A buscar ciertas cosas

bajo este tibio sol.

O en el fondo

de una noche Tijuana y melancólica.

 

Alguien ha murmurado:

“No hay señas de que estuviste”

                        Y alguien

que fue tal vez tu novia

o tu amigo del alma

                        olvida recordar…

 

De ahí tu desamparo.

De ahí que busques

con los ojos humildemente

                        abiertos

las antiguas las entrañables

tiendas del centro de Tijuana

(Casa Maloff, la Dorian’s, la Popular).

 

Pero yo el solitario,

parado en esta esquina

                        de la tierra

Calle Segunda y

                        Constitución

hube de preguntar por el café

donde nos reuníamos

amotinados en una sola mesa

las bases y la dirección

de la aguerrida

(de la nunca bien ponderada)

de la implacable y

definitivamente

subversiva

                        Jota Ce.

 

Nostálgico caminas por la avenida

Revolución.

Te detienes a respirar el conocido

(el irrespirable)

amor-humor de los congales.

Los shows que en otro tiempo

                        fueran

apasionadamente

nuestro vicio secreto…

 

Llegas al Jockey Club el celebrado

antro donde una larga noche cervecera

del verano de mil novecientos setenta

te rajabas la madre

(es un decir)

 

por un quítame estas pajas

de marxismo

con el finado Nicho González…

 

Todo es y no es. 

Los amigos

¿para dónde se fueron?

(no hablo de los muertos).

 

Frente a un aparador

te sorprende el recuerdo

de la dulce muchacha

a quien no le gustaba

“Como una piedra que rueda”.

Por burlona quizás

                        o por ácida.

Nada de El Gran Trovador.

(Tampoco le gustaba el comunismo).

Pero que tú

a pesar de todo

silenciosa y débilmente

                        amabas.

 

Recorro las cariadas aceras

con la esperanza de encontrar

en esta tarde neblinosa

alguien de los de entonces.

Y es penoso saber a ciencia cierta

que verdaderamente

“ya no somos los mismos”.

 

Cuando te fuiste todavía

no sospechabas cuánto

iba a durar el viaje el

                        tremendo periplo.

(Odiseo de los pobres

Sin Penélope y solo

esta bizarra impresentable Itaca).

De ahí que no tomaras precauciones.

Simplemente los sueños al costal

Y agarrando ‒como decían‒

monte o atajo.

 

Sentado en una banca del Parque

                                    Guerrero

miras pasar desaprensivamente

(diría “casi sin codicia”)

a las desafiantes muchachas

de Tijuana.

Te preguntas

por enésima vez dónde

fue que a los sueños

se los llevó el carajo…

 

Si hubo amor por aquí

No fue para nosotros

                        pequeño corazón…

 

Lo que fue ya no es.

Lo que hubo ya no está.

Lo que queda persiste

si acaso en la memoria

de los que se marcharon

jurando regresar.

 

Pero vuelves a casa y

no encuentras a nadie.

Ni raíces ni amigos solo

ruinas

                        nuevos féretros.

Solo el parque distinto

Y un montón de recuerdos.

 

Habías estado ausente largo tiempo.

Es bueno estar

                        de vuelta en casa.

 

 

 

 

Gustavo Hirales Morán, escritor mexicano, ha publicado La Liga 23 de Septiembre, orígenes y naufragioMemoria de la guerra de los justos, El complot de Aburto, Camino a Acteal, Chiapas, otra mirada y Siempre de nuevo. Escribe también periodismo en El Nacional y Unomásuno, Nexos y Etcétera.

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