Clarita, ¿Dónde están los muertos? Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

  1. Clarita, ¿Dónde están los muertos?

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Nunca ha sido fácil decir adiós, por eso nace la creencia de que los muertos pueden regresar a nuestro mundo. Tal vez sea verdad, y eso nos causa sosiego. Quizás en su retorno adoptan una forma espectral, si es que tienen la necesidad de hacerlo. Pueden ser invisibles, o levantarse como una niebla espesa, o simplemente aparecer tal cual como eran en vida.

Esto le gustaba pensar a Clarita. La melancolía seguía haciendo estragos en sus bellos ojos marrón, pues al volver al trabajo se acordaba de su esposo, un joven del área de mantenimiento que una semana atrás había sido sepultado junto a dos compañeros, luego de que un techo cayó sobre ellos.

Aún por las noches seguía soñando con el hombre que rescató los cuerpos, tras bajar por hueco. A su retorno le pareció que no lo había hecho solo. Y es que a veces los fantasmas vivientes no pueden partir porque han dejado algún pendiente, o han sido atrapados por el lugar donde fallecieron.

Clarita saltó de la cama, se vistió rápidamente y salió sin comer ni mirar el reloj. Sin él, la vida pasaba sin sentido. Afuera todavía estaba oscuro, pero normalmente era así en esa época del año. Clarita era la única que recorría la calle, los únicos sonidos que escuchaba eran el repiquetear de sus zapatos sobre el pavimento.

Ya es tarde, ojalá no pierda el autobús, pensó.

Con premura tomó un atajo y llegó a tiempo para subir al transporte, se internó en silencio y encontró un asiento.

Cuando recuperó el aliento, miró a su alrededor. Ningún rostro le parecía familiar, a excepción de la mujer que tenía a su lado. Le sonrió con cortesía.

Es Amelia, pensó. ¡Pero ella está muerta! Murió hace un mes.

De repente, Clarita se sintió incómoda. Volvió a mirar a su alrededor. La luz era débil, aún así, vio algunos esqueletos vestidos de uniforme y otros con su bata del trabajo

Estoy en el carruaje de los muertos, pensó Clarita. Aquí todos están muertos, excepto yo.

Entonces vio que algunos de ellos la miraban fijamente. Parecían molestos e indignados.

Amelia, se inclinó hacia la muchacha y le susurró:

—Márchate tan pronto como el autobús se haya detenido. Si le tienes aprecio a tu vida, no te detengas.

—¿Es esto real? —se preguntó Clarita.

—La muerte es solo un paso, pero muchos han quedado atrapados. Y el dolor de tu alma fue lo que le hizo la parada al carruaje.

Clarita tomó su bolso y caminó rápidamente hacia la puerta. Miró hacia atrás. Sus ojos se hicieron grandes como luna llena, varios muertos se acercaban. Escapo de ahí tan asustada que comenzó a correr a toda velocidad, pues los muertos le pisaban los talones.

—¡Fuera de aquí! —gritó uno de ellos. —¿Es que acaso quieres unirte?

—¡Odio a los vivos! —grito otro.

Cuando Clarita llegó a la puerta de entrada al edificio, el sol estaba despuntando y los muertos habían desaparecido.

—¿Lo abre soñado? —se cuestionó la muchacha.

Entonces algo llamó su atención. Sobre los escombros del techo derrumbado estaba él, su marido. Le sonreía. El sol se levantó un poco más y él ya no estaba.

Son los viajeros fantasmales que desaparecen. Hay muchas historias sobre ellos.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó La maldición del séptimo invierno, su primera novela.

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